El fracaso de la candidatura de Cayetana Alvarez de Toledo en las recientes elecciones generales en Cataluña confirma que el PP acelera su tendencia a desaparecer de Cataluña. Sus votos no sólo no suman, sino que también restan a otras opciones constitucionalistas. Algo que debería preocuparnos.

Barcelona afronta las próximas elecciones municipales con tres candidaturas lanzadas. La ERC independentista de Maragall, los ambiguos comuns del personaje Colau y los que nunca se sabe del PSC de Collboni. Ninguno representa los valores puros del constitucionalismo. Barcelona puede pasar del desastre social a convertirse en la punta de lanza del independentismo irreverente. Dos legislaturas fracasadas pueden llevar a la capital al estercolero de los tiempos.

El candidato de Ciudadanos, Manuel Valls, ha evolucionado desde la ilusión al fracaso absoluto. Aunque es el único de los otros tres candidatos constitucionalistas con alguna opción. No a ganar, sino al menos a sintetizar que ni el independentismo de ERC ni el personalismo de Colau gobiernen nuestra ciudad. Por eso deben aglutinarse a su vera todos los votos perdidos. Pedirlo a Vox es una entelequia, pero el PP de Josep Bou debería plantearse abandonar la carrera electoral y sumar sus apenas 50.000 votos perdidos a Valls. Nadie debe discutir si el candidato es o no una excelente persona, pero esto es política, y de Barcelona, no una boutade.

La única opción para que Barcelona rija con eficacia es una alcaldía de Collboni con una apoyo explicito de Manuel Valls. Algo que en política nacional no se entendería pero que muchos barceloneses podrían ver como la única salvación al independentismo rancio o al personalismo excesivo de Colau. Y para que esa opción sea posible debe sumar Collboni, que sumará sólo, y debe sumar Valls, que deberá agrupar a todo aquello que huela a constitucional a su vera. La política es un arte. Y en Barcelona si de una cosa podemos estar muy orgullosos es que, a pesar de todos, nos gusta más la capacidad del arte que su incapacidad.