Esquerra ha anunciado esta semana que abre la campaña electoral por la alcaldía de Barcelona. Ernest Maragall explicó que su partido se siente excluido porque no gobierna, pese a ser el más votado en la ciudad. Curioso, porque sí que gobierna en la Generalitat aunque el partido más votado fue el PSC. Eso, por lo visto, se le olvidó. Serán cosas de la edad. De todas formas, es probable que el anuncio de Maragall no fuera destinado a los votantes, para quienes los dos años que faltan para las elecciones son media eternidad, sino a sus socios de la CUP: ERC, igual que Junts, sabe que su futuro en los gobiernos depende de lo que decida la formación que se dice anticapitalista (aunque luego apoye ¡siempre! a partidos capitalistas y poscapitalistas).

La CUP también ha empezado la campaña en Barcelona, donde ahora ni siquiera tiene representación. Por eso se personó contra el desahucio que se produjo en Poble-sec el primer día de Pere Aragonès como president. En el pacto que firmó para que éste encabezara un gobierno con una notable presencia de consejeros del 3% figuraba una cláusula que establecía que los Mossos no participarían en los desahucios. Un asunto de política social que, según qué día, interesa mucho a la CUP. Ese día les interesaba para la foto y las tomas de TV3, pero dejó de interesarles cuando se fueron las cámaras.

Los votantes barceloneses saben para qué sirve la CUP. Probablemente eso explica que en 2015 la formación obtuviera 51.945 votos y tres concejales y cuatro años más tarde se quedara en 29.318, y ningún edil.

El voto a la CUP es estético. Hay un votante independentista que pretende ser de izquierdas. Como independentista no puede votar a partidos españolistas como el PSC o a los comunes; por izquierdista no puede votar a los del 3%. Elige la papeleta de la CUP, sabiendo que el voto servirá para apuntalar a Junts o a ERC, según convenga. Porque entre la justicia social y la patria, primero la patria. Después de todo, los pobres son, en muchos casos, inmigrantes, ejército de ocupación, opresores. ¡Hay que ver cómo oprimen los asalariados a los empresarios! Muchos dirigentes de la CUP lo saben bien: comparten casa y apellidos con el empresariado.

De modo que, tras el desahucio, los revolucionarios de la CUP anunciaron que se daban por satisfechos con haber manchado de pintura a los Mossos d’Esquadra y que, de momento, no tomarían otras medidas por el incumplimiento del pacto. Después se fueron a comer a casa de sus padres posconvergentes o prerepublicanos.

Es verdad que el pecado original, al menos en política, no existe. Pere Aragonès desciende de una familia enriquecida al amparo del franquismo, pero eso no lo convierte en franquista. A él sólo se le pueden pedir responsabilidades por sus acciones, no por las del abuelo o el padre. Sí se le podría reprochar haber contribuido a difundir aquello de “España nos roba”. A su familia, al menos, parece que le robaron poco a juzgar por la fortunita amasada gracias a su adhesión a la dictadura. Después de todo, además del origen de clase, está también la posición de clase y la conciencia de clase. Y, en el caso de algunos dirigentes de la CUP, la falta de clase. En el PP, en cambio, lo que se estila es la falta a clase (Casado o Cifuentes).

Durante los cuatro años en los que la CUP tuvo concejales en Barcelona, su presencia en el consistorio no sirvió de nada, más allá de la cháchara. Conviene que no lean A puerta cerrada, una obra de teatro de Sartre en la que varios personajes encerrados en una sala, hablan entre sí mientras esperan a ser recibidos por alguien. Cada uno de ellos explica que, en el curso de la vida, se ha visto obligado a hacer cosas que no le gustan pero él no es así, ni mucho menos. En cuanto cambien un poco las circunstancias, corregirá los males que ha causado. Al final de la obra se descubre que están muertos, de modo que ya no pueden corregir nada: son lo que hicieron porque un hombre no es más que sus propios actos. Ya lo había advertido el evangelio: por sus actos los conoceréis.

Traducido: los de la CUP son de derechas. Sus actos en el Ayuntamiento no han servido para forzar una política de izquierdas, en el Congreso no sirven para nada y en el Parlament catalán sólo han contribuido a facilitar gobiernos de derechas a través de pactos que sólo sirven para lavarse la cara. Nadie tiene que cumplirlos. Por eso pueden tener candidatos que son figurones o figurines como Antonio Baños o Dolors Sabater, la misma que prefirió que en Badalona fuera alcalde García Albiol, antes que alguien de la izquierda.