Paseaba una pantera negra por tierras de Granada, y a la hora de esta crónica, no ha sido encontrada. Voces de miedo suenan en Barcelona, donde merodea otra pantera blanca. Símbolo clásico de la lujuria, una pantera no dejó seguir su camino a Dante y lo hizo retroceder. El 2016, Joana Bonet, la periodista que más sabe de damas de alta gama, escribió Dos panteras blancas. Una era Isabel Preysler. La otra, Ada Colau.

Alertó Joana de que estas felinas emanan un aroma perfumado que usan para hechizar y atrapar a sus víctimas, y añadía que Colau y Preysler son “mujeres pantera” porque “seducen desde cerca, sonríen con los ojos y en la distancia corta hipnotizan al de enfrente.” Constataba que “producen fervor y urticaria”. Y que Colau “tiene uñas y un pasado encabronado”. Lo probó con una foto de la antisistema escoltada por dos antidisturbios y sus textos incendiarios. No se le hizo caso, y la pantera escapada del monte Carmel hace retroceder a Barcelona y su conurbación metropolitana.

A diferencia de la mujer pantera de Vargas Llosa, la retratista captó que Colau “con sus andares de monja seglar, sus chaquetas de punto roma y su pelo detrás de la oreja, cuando agarra un micrófono convierte a Pablo Iglesias en Sancho”. Investida alcaldesa mal vestida de una ciudad que fue vanguardia de la moda en las mejores pasarelas del mundo, Ada demuestra al escudero chulito y a su ministra aparejada quién lleva los pantalones en Barcelona. Para infortunio de una metrópoli más grande que Galapagar.

Colau se considera perfectamente perfecta porque siempre ha vivido “pisando huevos con un cuidado espantoso, sólo tiene carisma para los suyos y mucha intuición”, avisó Bonet. Equiparada a la pantera filipina que anunciaba baldosas y bombones, la del Carmel causa espantos allá por donde va y nunca los hubo. Confesó tener “un mal humor peligroso”. En el Congreso, llamó criminal a un banquero y dijo que no le tiró un zapato porque era más importante contar su posición. Ocultó que su posición consistiría en arruinar todo lo que pueda.

Las panteras son depredadoras solitarias, viven en zonas oscuras y cazan de noche porque su piel se mimetiza al acecho de sus presas. Tras devorarlas, se relamen patas y cuerpo sin dejar rastro de sangre de sus víctimas. Como metáfora, sirve para quien desangra el comercio, la industria, el turismo, la hostelería, el ocio, la seguridad, la movilidad y cada esperanza de salvar Barcelona. Maquilladas las huellas de sus zarpazos,  reaparece inmaculada para matar todo lo que crea riqueza y progreso.Ya sin camuflar su lenguaje, su gestualidad, su falsaria emotividad y su lacrimal, derrocha en parafernalia, consignas, chiringos y propagandistas. Sin cambiar de ética, si tuvo, su estética es cada vez más amenazante.

Como este fin de verano, la tele salta de la pantera granadina a la dantesca, y de la filipina a la mascota jefa de su sección femenina barcelonesa, mejor entretenerse con el juego de la oca, que es ave aspaventosa pero útil y leal.