Sea dicho que el fútbol no me interesa. Tengo que soportarlo, eso sí, no me queda otro remedio. En un periódico o en un noticiario de radio o televisión, Deportes quiere decir Fútbol. En estos espacios, en muy raras ocasiones se ocupa nadie de otra cosa que no sea el balompié. Los comentarios de un míster merecen el mismo escrutinio que las elucubraciones metafísicas de La Crítica de la Razón Pura y consideramos razonable (¡razonable!) pagar no sé cuántos millones de euros por un melón que da patadas a un balón.

El FC Barcelona tiene un presupuesto anual por encima de los 950 millones de euros. En 2019, el club ingresó casi 840 millones de euros y el año pasado, 708 millones. Por lo que he leído en la prensa estos días, su deuda ya asciende a 1.173 millones de euros, madre de Dios. Poco más de 440 millones corresponden a deudas a largo plazo; 730 millones a deudas a corto plazo, que vencen enseguida.

Me permito citar a un profesor de Economía que tuve durante la carrera: si debes un millón, tienes un problema; si debes mil millones, el problema lo tiene el banco. Ojo, que, en aquellos tiempos, los millones eran de pesetas. En cualquier caso, alguien tiene problemas, pero el público considera "normal" este chorreo de millones. Comparemos esas cifras con estas otras, para ver que tan "normal" es.

El presupuesto de cultura de la Generalitat de Cataluña es de 300 millones de euros, casi un 30% inferior al que tenía en 2010, que superaba los 460 millones. La Generalitat, que tiene plena competencia en ese ámbito, nunca (y repito, nunca) ha dedicado más del 1% de su presupuesto a cultura, y hoy dedica menos que ayer.

Han sido los ayuntamientos los que han tenido que arrimar el hombro para salvar los muebles. A modo de ejemplo, el Ayuntamiento de Barcelona invierte casi 150 millones de euros de su presupuesto en cultura. Hoy, la inversión pública en cultura en Cataluña se reparte como sigue: un 60% corre a cargo de los gobiernos municipales; un 24%, a cargo de la Generalitat; el resto, un 15%, a cargo del Gobierno de España. El total es un 11% inferior a la cifra de 2010… y muy parecida a la deuda total del FC Barcelona.

Pongamos las cifras en una balanza: aquí la cultura y aquí, el Barça. La balanza está equilibrada y nos dice que nuestra sociedad dedica tanto a un equipo de fútbol como a toda la inversión, conservación y promoción pública en cultura. Qué sociedad nos queda, ¿eh?

En detalle, un jugador de la plantilla de primera división del Barça cobra fácilmente lo que todo el presupuesto para bibliotecas públicas, o lo que cuesta toda la promoción de la música y las artes escénicas.

Estas cifras ya eran patéticas antes de la epidemia. Dos meses antes del confinamiento, se creó la iniciativa Actua Cultura, que pretendía (cito) "decir basta y exigir un cambio de paradigma". Querían que la Generalitat pasara de invertir un 0,65% de su presupuesto a un 2% en tres años y pedían, rogaban, por favor, por el amor de Dios, acabar con la precariedad y la falta de recursos endémica en el sector.

Pues no les cuento yo ahora cómo está la cultura después del confinamiento, el cierre de teatros, museos, bibliotecas y salas de concierto, etc. El destrozo ha sido terrible. Tampoco les cuento qué planes hay para aliviar la catástrofe, porque, simplemente, no existen.

En el otro plato de la balanza, la crisis del fútbol. Dicen que los jóvenes no son tan aficionados como los mayores. El fútbol, hoy, es una máquina de perder millones y cabe preguntarse cuántos millones y durante cuánto tiempo. Es una pregunta seria. También sería bueno preguntar quién los acabará pagando, esos millones, porque no quisiera ser yo.

Así está el patio. Navegábamos en el que creíamos el mejor crucero de los Siete Mares y resulta que era el Titanic. Sé que la metáfora está ya muy sobada, pero nos vamos a pique lo mismo. En cultura y en lo demás. Pero esta vez la orquesta de a bordo no nos alegrará el naufragio tocando himnos religiosos, porque ya no hay presupuesto para música y de la religión ya se encarga el procesismo. Eso sí, balompié, el que quieran.