El otro día, a poco de salir de casa y enfilar la Diagonal, contemplé un surtidor justo al lado de la estatua levantada al egregio poeta Verdaguer. «¿Veus eixa mar qu’abraça de pol á pol la terra?», exclamaría el homenajeado ante tanta agua. Porque me vino de inmediato a la cabeza la Atlántida que glosó antaño, que fuese océano abajo tan pronto a alguien se le ocurrió quitar el tapón del fondo de la bañera. ¡Pobre Verdaguer! Glosó la catástrofe con notables versos y ¿quién los ha leído? La cuestión es que el berbiquí de los chicos de BIMSA descubrió por dónde pasan las tuberías de Aigües de Barcelona, como pronto resultó evidente. La poesía del suceso se vino abajo con la prosa de una excavación.

Tuve la sensación de imaginar una Barcelona que hacía aguas, que se iba hacia el fondo tras haberse dado de morros contra un iceberg, pero era tan trivial y tan manida la comparación que la borré de la cabeza. Así que mientras buscaba de qué hablarles me pusieron el asunto en bandeja de plata. Recibí, ese mismo día, una carta del Área de Prevención y Seguridad del Ayuntamiento de Barcelona, invitándome a participar en la Encuesta de Victimización de Barcelona (sic, y luego verán por qué escribo «sic»).

Resulta que era una encuesta sobre seguridad ciudadana y la percepción que tenemos de ella los barceloneses. Bien. Sepan que Barcelona es una ciudad muy segura tan pronto la comparamos con otras ciudades europeas de tamaño parecido, y ya no les cuento si cambiamos de continente. De hecho, es más la alarma de quien cree que vivimos en Chicago cuando la Ley Seca que la realidad, y ahí están los datos para corroborarlo. Otra cosa es que los delitos, o determinado tipo de delitos, puedan haberse incrementado o manifiesten una tendencia al alza, lo que debería preocuparnos; o que la situación se haya degradado a ojos vista aquí o allá, que también. Ambas cosas son objetivas y compatibles entre sí.

Me sorprende, sin embargo, que la encuesta no pregunte explícitamente por los desórdenes públicos, el vandalismo y la violencia que de un tiempo a esta parte es frecuente en algunas manifestaciones, como si eso no fuera un problema de seguridad ciudadana. Sobre el corte discrecional de la vía pública, como en la Meridiana, ni mu. Del acoso por no militar con una u otra ideología, que se manifiesta en insultos, pintadas e incluso agresiones, apenas implícitamente, cuando preguntan si usted se ha sentido acosado, sin preguntar por qué. Ni una palabra sobre personajes que desafían al mundo con la mascarilla por corbata, transportes públicos saturados u oficinas mal ventiladas en medio de una pandemia. Si eso no es seguridad ciudadana, ya me dirán qué lo es.

Otra cosa que me saca de quicio es que se llame Encuesta de Victimización de Barcelona. Es una manía que tengo. Quizá si dijera Encuesta de Convertir en Víctimas a los Barceloneses sabrían el porqué de esa manía. Porque victimizar es convertir en víctima a alguien, incluso a uno mismo, aunque no haya padecido ningún daño. Es un vicio al que nos estamos aficionando últimamente con frenesí.

Sepan que victimizar es un retroceso. Victimizar no es reconocer que alguien ha sido una víctima, para reparar el daño, sino convertirlo en víctima, para alegar un daño, que no es lo mismo. Victimizar es arrogarse una falsa superioridad moral, basada en la obscena exhibición de un sufrimiento que al final tanto da que sea verdadero o falso; suele ser falso, o no habría necesidad de victimizar. Victimizar es decir que el profesor, los jueces, Madrid, los poderes fácticos, el gobierno, el árbitro… me tienen manía.

La victimización en política es nefasta. Niega la responsabilidad propia, echa las culpas a otro, se esgrime como superioridad irrebatible y otorga a quien no está de acuerdo el estigma de ser una mala persona. El procés, y lo que nos ha llevado hasta él, no es más que una intensa campaña de victimización por tierra, mar y aire, un regodeo en el supuesto daño infligido, un ay, ay, ay, qué mal que lo estoy pasando mientras tapo mis vergüenzas con la bandera y aparto del escenario a quienes no comulgan con mi fe.

Victimización también es hablar de judicialización de la política, por ejemplo, cuando te han pillado metiendo mano en la caja, ya te llames Borràs y presidas un Parlamento, ya seas Colau y se acuse al Ayuntamiento de repartir subvenciones entre los amigos a discreción. Llorar con lágrimas de cocodrilo en vez de demostrar fehacientemente tu inocencia o aceptar tu parte de responsabilidad y retirarte del cargo que no mereces es algo ya tan habitual que me entra congoja.