La semana que viene se celebrará en Barcelona de nuevo la verbena de Sant Joan. De entrada, tenemos polémica a cuenta de la presencia en las playas. Protección Civil no quiere que el personal se monte su verbena en la playa, pero sin estado de alarma se hace complicado cerrar estos espacios, por lo que los ayuntamientos han cerrado filas y las playas se abrirán. Albert Batlle, el concejal de seguridad de Barcelona, estuvo conciliador en la rueda de prensa en la que se anunciaba el acuerdo de los municipios metropolitanos. Se controlarán los accesos, se limitarán los aforos, pero se abrirán las playas no acatando la recomendación de Protección Civil. El concejal Batlle, hombre acostumbrado a mediar en situaciones conflictivas, se apresuró en afirmar que con el organismo de la Generalitat se trabaja codo con codo porque su posición fue una sugerencia y no una imposición.

Los municipios metropolitanos son conscientes -aunque Castelldefels y Gavà han optado por restringir el acceso, algo que se presenta casi como un imposible- de que es imposible evitar que los ciudadanos vayan a la playa en esta jornada porque no estamos en la situación del año pasado. Un año en el que la alcaldesa Colau desapareció de Barcelona dejando la gestión, compleja gestión, a Batlle que se quedó como alcalde accidental. Esperemos que la alcaldesa no desaparezca este año porque la celebración de las verbenas siempre comporta riesgos y problemas. Recuerden, por ejemplo, la desgracia que aconteció en Casteldefels tras el accidente ferroviario durante la celebración de la verbena de 2010.

Es lógico que Protección Civil sea prudente porque todavía pesan las precauciones ante la pandemia. Estamos mejor, pero no estamos exentos. La precaución necesaria no puede poner puertas al campo. Los ciudadanos quieren salir, quieren moverse, quieren divertirse, quieren vivir, después de meses de encierro. Hacen bien los consistorios en ponerse al frente de sus ciudadanos, y ponerse al frente significa no delegar en un momento delicado como este. Es decir, señora Colau, haga el favor de no volver a desaparecer. Ciertamente, los políticos tienen derecho a tener sus propias vacaciones pero hay días en los que la responsabilidad pública está por encima de los deseos privados.

Espero que Colau tome nota de esta crítica y asuma su responsabilidad. Porque una cosa es la crítica y otra son los libelos difamatorios. Lo digo a cuenta de esos mensajes de WhatsApp que están circulando estos días lanzando el infundio del cambio de domicilio de la alcaldesa y su familia. El bulo ha salido sin ampararse en ninguna prueba con la intención de manchar el nombre de una responsable pública. Desde estas páginas somos muy críticos con su gestión, con sus políticas, pero una cosa es criticar y otra es lanzar infundios. Es lamentable como la máquina del fango se pone en movimiento. El problema es que se coge antes a un mentiroso que a un cojo, como dice el dicho. Las redes protegidas por el pasamontañas son en muchas ocasiones una cloaca. Pretenden hacer daño y con las mentiras todavía refuerzan más al supuesto criticado que acepta con entusiasmo el papel de víctima.

La política es otra cosa. Es decir las cosas a la cara, con nombre y apellidos, a ser escrutado también como el político que recibe la crítica. Hacerlo con el antifaz de las redes es cobardía porque en política, como en la vida, no todo vale, aunque algunos están cómodos retozando en el lodazal para vergüenza de la mayoría. El difama que algo queda es muy viejo, casi tanto como la historia. Ahora las redes lo ensalzan con rapidez pero no, señores, la alcaldesa no se ha cambiado de casa, no se ha ido a vivir a Pedralbes. Si tienen pruebas que las presenten, pero me temo que no las tienen porque simplemente es todo mentira. Que lo hiciera Pablo Iglesias no quiere decir que Colau caiga en el mismo error. Espero que Colau no repita mandato tras las próximas elecciones, pero desde esta tribuna no jalearemos ni agitaremos la lapidación de nadie a través de insinuaciones ponzoñosas. La lástima es que los autores queden en el albur del anonimato. Sería fantástico que se les pillara con las manos en la masa. Y en la masa tiene las manos la alcaldesa en el barrio de Sant Andreu. Bueno, en las basuras. Mientras el fin de semana se cerró el tráfico en la calle Aragó y el personal salió a la calle a hacer pilates. ¿En serio? ¿No hay parques en Barcelona? Hay idioteces municipales que merecen premios, pero que haya gente que se preste a semejantes perfomances da que pensar. Y mal.