La Universitat de Barcelona ha tenido profesores muy buenos, buenos, malos y muy malos. Y en medio de eso, un montón. En la Facultad de Filosofía y en los años setenta se juntaron los unos y los otros. Dos de los muy buenos, Jesús Mosterín (1941-2017) y Jacobo Muñoz (1942-2018), murieron hace poco. Se podía esperar que se hubiera recordado su aportación. Se puede esperar… sentado, porque ni se ha hecho ni está en el horizonte.

Mosterín fue uno de los principales introductores en Catalunya y en España de la Lógica matemática y la Filosofía de la Ciencia, además de ser el autor de una cantidad considerable de libros. Muñoz realizó una extraordinaria labor tanto en la universidad como en el mundo editorial. De su mano se popularizó (dentro de un orden) la obra de Wittgenstein y, en general, el pensamiento analítico, una de las tendencias dominantes en la segunda mitad del siglo pasado y hasta nuestros días.

¿Por qué la Facultad de Filosofía de Barcelona no ha recordado ninguna de las dos figuras tras su muerte? Según su decano, Josep Montserrat, porque nadie lo ha propuesto. Es una posibilidad. Claro que la propia facultad podía haber tenido la iniciativa y no ha sido así. Pero es que al menos en una ocasión sí lo propuso alguien y nada más ni nada menos que al propio decano. El 15 de octubre, en el Ateneo barcelonés, con ocasión de un homenaje a Francesc Gomà, se lo apuntó el catedrático de Historia de la Filosofía (y hoy diputado) Manuel Cruz, justo después de que Montserrat hubiera glosado la importancia de evocar las figuras del pasado.

Quizás, sólo quizás, los hechos se expliquen mejor si se contextualizan. Gomà era un buen tipo, sus clases resultaban a veces amenas, aunque un tanto trasnochadas. Su obra es más bien escasa, a siglos de distancia en cantidad y calidad de las de Mosterín y Muñoz. Fue vicerrector durante los últimos años del franquismo, lo que no implica que fuera franquista, pero su oposición, al menos en los sesenta y setenta, si se dio, fue más bien tibia. Es una figura asumible por la derecha nacionalista catalana.

Esa misma derecha tendría más dificultades para presumir de la obra de Mosterín y Muñoz. El segundo fue militante comunista y, aunque valenciano, publicó la mayor parte de su obra en lengua castellana. Mosterín era un liberal independiente, al margen de los partidos y abiertamente polemista en no pocos campos, incluida la moral. Vasco de origen, también escribió su obra en lengua castellana. ¿A quién se le ocurre?

El silencio sobre ambas figuras resulta más clamoroso si se tiene en cuenta que en octubre se hizo un homenaje a Mosterín en Vigo en el que participaron varios profesores de la Universitat Autònoma de Barcelona (Anna Estany, Victòria Camps) y ninguno de la UB, dónde ellos enseñaron.

En las universidades españolas hay muchos profesores de filosofía, pero pocos filósofos, si se concede que los primeros pueden saber qué se pensó antes que ellos y los segundos se atreven a pensar por cuenta propia. Entre los segundos están Muñoz y Mosterín. Entre los primeros estarían Gomà y el decano Montserrat, al que no hay que confundir con el Josep Montserrat que fue profesor en la UB y luego en la Autònoma, de obra mucho más potente e interesante. Decía Manuel Sacristán, otro de los introductores en España de la lógica matemática (y no sólo), que hay filósofos que son especialistas en el ser en general sin saber apenas nada de ningún ente en particular. Grosso modo se podría añadir que los que no pueden destacar con obra propia se apuntan al discurso del poder (local, nacionalista y provinciano), para lo que conviene, de paso, ningunear a las figuras que pudieran hacerles sombra.

Sería injusto decir que la Universitat de Barcelona es un páramo, pero la lista de los que la abandonaron (por motivos diversos) es larga. A modo de ejemplo: el propio Sacristán (expulsado), Muñoz y Mosterín, Emilio Lledó, Paco Fernández Buey, Eugenio Trías, Rafael Argullol. Que una institución permita que se vayan tantas cabezas pensantes es, como poco, preocupante. Aunque, a lo que se ve, no a todos preocupa por igual. Algunos ni se acuerdan de ellos.