Decía Juan de Mairena que la oniroscopia (la contemplación de la sueños) no ha producido nunca nada positivo. Cataluña, sobre todo su gobierno, sin embargo, vive desde hace una década sumida en un sueño que, para unos es una pesadilla y para otros la visión del paraíso. El caso es que se presta poca atención al tiempo de vigilia, que es en el que más vive la gente normal. Y eso da dividendos. Políticos anclados en discursos vacíos, sin más proyecto que la descalificación, cuando no la aniquilación del contrario medran y progresan y viven muy bien a base de vender ensoñaciones. Si se les pilla en un renuncio, sostienen que se les critica por patriotas (Laura Borràs, sin ir más lejos).

Y, de pronto, se levanta uno y se entera de que hay gente que ha decidido vivir despierta y embarcarse en la elaboración de proyectos basados en la observación de la realidad. Gente que parece dispuesta a llevar esos proyectos adelante junto a otra gente que vive a su lado. Asumen que tal vez piensan diferente pero que comparten tiempo y espacio. Vecindad. Privilegian la posibilidad de caminar un trecho juntos sobre las discrepancias que se puedan dar al alcanzar el séptimo cielo. Gente que ha decidido dejar de soñar para poder dormir tranquila.

Así, esta semana se ha presentado un prosaico texto titulado Estrategias para una economía metropolitana post-covid-19. Propuestas de la mesa de reactivación económica y reindustrialización. Son casi 300 páginas que analizan la situación de la economía y la convivencia en el Área Metropolitana de Barcelona, buscando vías de salida a los problemas que se puedan detectar.

El documento tiene una gran virtud: está escrito olvidando las retóricas belicistas. De ahí que hayan podido participar en su elaboración ayuntamientos de diferentes colores, sindicatos de los de verdad (Comisiones y UGT) y las principales patronales. Siguiendo con Juan de Mairena, ha asumido que, si se trata de “construir una casa, de nada nos aprovecharía que supiéramos tirarnos correctamente los ladrillos a la cabeza”.

Mientras el Pacto Nacional por la Industria que abandera Roger Torrent, titular del Departamento de Empresa, no acaba de arrancar, a la chita callando los responsables del Área Metropolitana de Barcelona logran pactar un documento que se ocupa de problemas tan cotidianos como la movilidad o como las energías y materias primas necesarias para no estrangular la economía sino más bien dinamizarla.

El Área Metropolitana es una entidad territorial imaginada, sobre la base de la observación de la realidad. Sus habitantes no pierden el sueño decidiendo si son una nación, una nacionalidad o el pueblo elegido. Se organizan asumiendo que hay asuntos que se resuelven mejor colaborando que con insultos, tantas veces predecesores de las pedradas. Es un modelo territorial pactado al margen de un sentimiento de pertenencia que, pese a lo que afirmen los nacionalistas de uno y otro signo, no es natural sino elaborado social y culturalmente. No hay ningún territorio político natural. Tampoco las ciudades son unidades territoriales naturales. La división municipal catalana es una barbaridad que sólo sobrevive porque, en la práctica, hay entidades supramunicipales que funcionan donde termina la eficacia del propio municipio.

Por volver a Mairena: es comprensible que alguien que ha nacido y vivido en Rute le tenga cariño y lo elogie, dadas las raíces sentimentales, pero de ahí a tratar de convencer al personal de que si antes de nacer se pudiera elegir cualquiera optaría por Rute (o Barcelona o Cataluña o España), eso ya es harina de otro costal.

En vez de ocuparse de pintar el mundo de amarillo o de cortar las vías de tren, el pacto alcanzado en el Área Metropolitana sugiere impulsar la actividad interadministrativa, reorganizar las redes de transporte, racionalizar las actividad turística, reducir envases de un sólo uso o afianzar el comercio de proximidad, en paralelo a la producción también de proximidad, sin olvidar que, después de todo, sin la agricultura no hay nada que llevarse a la boca.

¡Hay que ver lo que da de sí el tiempo cuando uno no se dedica a mirar a las musarañas de la patria! Y encima, dialogando, sin improperios ni frases gruesas. Con una política así, tipos como Puigdemont o Rufián o Inés Arrimadas o Abascal, duchos en frases de sal gruesa, tienen poco que hacer. Lo suyo es la mera descalificación, el exabrupto, no la voluntad de resolver problemas.

El Área Metropolitana, sin ser una nación, es donde viven el 43% de los catalanes y el 52% de los que trabajan, lo que supone una producción que alcanza el 55% del PIB de Cataluña. Para no ser una patria, no está nada mal su capacidad para facilitar la vida.