En los últimos meses se están destapando múltiples denuncias de abusos sexuales de la Iglesia. Maristas de Barcelona, Montserrat, Constantí y estoy seguro que la lista no se ha acabado. La reacción de la Iglesia ha sido más bien mojigata. Primero silencio sepulcral, segundo cuando se conocen los hechos ponerse de perfil, y tercero, como mucho, petición de perdón con la boca pequeña. Quizás, añadan un cuarto, silencio total ante las denuncias escalofriantes de abusos sexuales a niños por parte de personas que han encomendado su vida al voto de castidad.

La Iglesia desde los tiempos de la Edad Media decidió que sus presbíteros debían encomendarse a este voto. A pesar de los ejemplos históricos de que muchos sacerdotes se pasaban por sus castas partes este voto, éste ha permanecido hasta nuestros días y el moderno, a ratos, Papa Francisco no quiere ni oír hablar de la posibilidad de que el sacerdocio se aclimate a la vida moderna permitiendo el matrimonio. El Papa no está dispuesto a abrir una puerta que se sustenta en supuestas razones teológicas pero que cierra los ojos ante un celibato que es, sin duda, contra natura, porque no tener relaciones sexuales no impide la enseñanza de la religión, no sea que la mente sucia, y enferma, se imponga a la cordura y la sensatez.

Para la Iglesia es contra natura el amor homosexual y bisexual, las relaciones fuera del matrimonio, las parejas divorciadas. Todo es contra natura, pero no parece que lo sea el voto de castidad, y ha aplicado históricamente el “ojos que no ven, corazón que no siente”. Hemos conocido aberraciones en forma de abusos y quién no ha oído hablar de los sobrinos del párroco en miles de pueblos de la piel de toro. Los ciudadanos nos hemos quedado impresionados con las revelaciones que hemos conocido y la Iglesia se ha apresurado a imponer sordina. Poco más. Ni siquiera ha sido valiente para abrir un debate serio sobre la condición de curas y frailes que viven en una realidad paralela.

Estamos en puertas de unas elecciones, pero los partidos políticos también silencian la situación. Este tema no será motivo de debate en mítines y reuniones. No interesa enemistarse con la todopoderosa Iglesia y mucho menos con todos aquellos feligreses que justifican los abusos rebajándolos a “errores”. Todos ellos también votan. Todo un insulto a la inteligencia y, sobre todo, un insulto a las víctimas. Esto sí que es contra natura. Mientras, el Papa sigue yendo de progre de salón.