En la primera oleada de contagios del Covid-19 la alcaldesa Ada Colau aprovechó el estado de alarma y el confinamiento para desplegar su “urbanismo táctico”, quitarle espacio público al coche y al vehículo privado, y elevar el gasto en todo tipo de pinturas y “andróminas” que persiguen a “la Rahola”. Toda vez que ya estamos en la segunda oleada de rebrotes de contagios, vemos como el despliegue de su agenda ideológica y modelo de ciudad alternativo sigue adelante. Y en estos momentos en los que todos estamos más preocupados en no ser huéspedes del maldito virus, en llegar a fin de mes, o en que no nos pille el toque de queda en la calle; el gobierno municipal aprieta el acelerador para que cuando recobremos la normalidad nos encontremos con una Barcelona impostada y que ya no tenga marcha atrás.

Esta semana, Colau presentó junto a sus socios socialistas lo que llaman “actualizar el Plan Cerdà”, porque la verdad es que a todo tienen que ponerle un nombre como si del neolingüismo orwelliano se tratara. Una actualización de la trama Eixample basada en el modelo de ‘Superilla’ de Sant Antoni y que se extenderá en todo el distrito de l'Eixample.

Es decir, nos venden que quieren transformar l'Eixample en una superilla, convirtiendo 21 calles en ejes verdes y la creación de otras 21 plazas para que los vecinos puedan disfrutar de estos espacios en una distancia máxima de 200 metros de casa. Aunque la realidad es otra, porque como muy bien dijeron en la rueda de prensa, así como la teniente de alcaldía Janet Sanz hace unos meses en una entrevista, lo que plantean es una actualización del Plan de Ildefons Cerdà que suponga una transformación de la ciudad, pasando de lo táctico a lo estructural.

Pero, ¿qué esconde esta propuesta? Si desgranamos las intenciones de los socialcomunistas en el Ayuntamiento de Barcelona, nos encontramos ante la idea de que una de cada tres calles de l'Eixample sea un eje verde. Es decir, Colau pretende desmontar el tan admirado Plan Cerdà para dejarnos una ciudad más propia del siglo XIX que del siglo XXI para seguir imponiendo su modelo ideológico de hacer la guerra al coche y la moto.

A todo ello, hay que sumar las restricciones que ya hemos empezado a sufrir estos días, como la creación de un nuevo carril bici de casi cinco kilómetros en la calle de Aragó o la ampliación del carril bus de la avenida de Diagonal a costa de un carril de circulación de vehículos. Y todo esto como siempre a golpe de "decretazo" y sin consultar a nadie. Ni vecinos, ni comerciantes, ni asociaciones... Ni oposición, ¿para qué? Colau ha asumido las competencias excepcionales del estado de alarma como sempiternas e intensifica sus tics totalitarios en el despliegue de su modelo de ciudad.

Por eso, desde aquí retamos a la alcaldesa Ada Colau y le reclamamos que el consistorio realice una consulta ciudadana sobre la creación de una superilla en l'Eixample. Así lo haremos también mediante una proposición que presentaremos en la próxima comisión de Urbanismo del Ayuntamiento de Barcelona y que deberá ser votada por todos los grupos municipales. Los barceloneses deben expresar si están de acuerdo con esta medida que puede hipotecar el futuro de la movilidad en la ciudad hasta 2030. Pero una consulta ciudadana en condiciones, ahora no vale consultar a las plataformas vecinales amigas de los comuns, en esta cuestión deben participar todos los barceloneses como paso con la consulta de la Diagonal en 2009, pues se trata de una medida que afecta y pretenden extender a toda la ciudad.

No creo que la propuesta de celebrar una consulta sea un órdago para Colau que siempre ha presumido de la participación ciudadana, a pesar de que a los vecinos del Poblenou no les permitió expresar su opinión, ya que al 87% de los vecinos se opusieron a la superilla del Poblenou, que lamentablemente están sufriendo cada día y que son el testimonio más evidente de que el modelo no funciona.

No queremos más superillas sin consenso, tal y como ha sucedido con el urbanismo táctico, y del que aún no nos han facilitado los informes técnicos ni el acceso a los expedientes. Un urbanismo táctico que sólo ha servido para hacer el ridículo y gastar dinero, dejando la ciudad patas arriba, pintada como un tablero de parchís e instalando elementos peligrosos para el tráfico como los bancos de hormigón o los gigantes cojines berlineses.

Parece que el PSC, actual socio de gobierno de la alcaldesa, está de acuerdo con la propuesta que pretende imponer Colau en Barcelona. A pesar de que los socialistas, en alguna ocasión, se ha mostrado públicamente contrario a mantener el actual modelo de urbanismo táctico, que ahora la alcaldesa pretende extender en toda la ciudad con la gran superilla, las coaliciones socialcomunistas de allí y de aquí les han hecho perder el seny necesario y han doblegado su opinión a favor de seguir malgastando dinero en comprar bancos de hormigón, bolardos y pinturas de colorines.

El futuro de Barcelona no pasa por dejarla sin coches ni motos, sino por conseguir una ciudad más sostenible y sin contaminación, apostando por un plan estratégico del transporte público con la L9 y L10 finalizadas, más autobuses de alta capacidad, aparcamientos disuasorios a la entrada de la ciudad e incentivar el vehículo eléctrico, especialmente para aquellas personas que necesiten el coche para trabajar, transportistas autónomos o personas con movilidad reducida.