En el barrio de la Bordeta, en Sants, justo por encima de la Gran Vía existe un espacio fabril que ocupa 9 hectáreas, más del 40% de la superficie de este zona barrial colindante con el municipio de l’Hospitalet. Se trata de una fábrica del siglo XIX, conocida como Can Batlló, que llegó a albergar a más de 5.000 trabajadores y, sobre todo, trabajadoras del textil. Durante finales del XIX y principios del XX constituía junto con el Vapor Vell y Nou y l’Espanya Industrial, el núcleo del desarrollo económico y la transformación social de Sants, durante su particular Revolución Industrial. Tras la crisis del textil, la fábrica se transformó en un conglomerado de talleres independientes, en un proceso involutivo que acaba con la calificación como zona de equipamientos y espacio público en el Plan General Metropolitano del año 1976. A partir de ese momento comienza una lucha entre los movimientos vecinales y la propiedad para que efectivamente ese espacio pasase a ser de uso público. No fue hasta 2011, tras la ocupación cívica de los vecinos del barrio, cuando comienza a funcionar un proceso autorganizado de rehabilitación del conjunto fabril en espacio cívico.

Hoy en día, una parte importante del complejo ha sido recuperado por las propias organizaciones vecinales, creado un auditorio, un bar, una biblioteca, centro de documentación, espacios de exposiciones, talleres, un rocódromo, una carpintería, un huerto urbano, un pipicán y hasta una producción de cerveza. De espacio abandonado, improductivo, destinado a la especulación, ha pasado a convertirse en un enclave de creación, relación, cultural y una fuente de ocupación laboral. Un proyecto pensado, conseguido y ejecutado por las vecinas prácticamente sin acompañamiento institucional. Can Batlló representa un ejemplo sumamente evocativo de lo que muchos queremos decir cuando hablamos de participación ciudadana.

LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA Y LA NUEVA POLÍTICA

Durante los últimos años, especialmente desde hace seis, en la era post 15M, la participación ciudadana se ha convertido en la piedra filosofal de lo que muchas personas llaman “la nueva política”. En aquel 15 de mayo de 2011, la gente se acercó a las plazas a reclamar más democracia y a anunciar la obsolescencia de un régimen y una cartografía política insuficiente para abordar los nuevos retos de las sociedades urbanas del siglo XXI. Barcelona también fue la cuna de este movimiento. Su tradición asociativa y su rico tejido de colectivos ciudadanos formó parte del caldo de cultivo de las movilizaciones que luego se han trasladado a los barrios en un resurgimiento de la colectividad vecinal activa. Sin embargo, tras la victoria electoral de Barcelona en Comú, la participación ciudadana sigue siendo un reto también en la escala local de eso que cada quien entienda por democracia.

Durante estos últimos dos años, si bien se nota la voluntad dialogante de nuevas prácticas municipales y numerosos avances en términos de transparencia, la forma en la que facilitar la participación de la vecindad de Barcelona continúa siendo más bien una algarabía de reuniones, consejos, encuestas on-line, talleres y audiencias. Experiencias en la que se pide la opinión vecinal con apenas canales de seguimiento, retorno o, más importante aún, sin mucha claridad acerca de cuál es el sistema de participación en su conjunto. Si, cuanto menos, hemos llegado a la conclusión, después de presenciar tantos despilfarros y chanchullos en épocas anteriores, de que la manera más eficiente de organizar la ciudad es mediante la co-producción conjunta de políticas públicas entre las instituciones y la sociedad civil, uno de los retos principales que urge solucionar es cómo aprovechar la producción de conocimiento colectivo sobre lo urbano para implicar a cada vez más sectores poblacionales en la toma de decisiones sobre cómo diseñar y gestionar las comunidades urbanas.

HACER POLÍTICA CON LA GENTE

La historia de la ciudad está plagada de ejemplos de experiencias donde la vecindad ha sido capaz de tomar las riendas de la acción municipal. Además de Can Batlló, el Ateneu de Nou Barris, l’Harmonia, o la Nau Bostik, podemos también ilustrarnos con iniciativas cotidianas no tan vistosas como las redes de apoyo de los barrios populares o las campañas de micromecenazgo para iniciativas ciudadanas de todo tipo. Comenzar por quienes ya quieren participar, visibilizar su trabajo apegado a la experiencia cotidiana y el arraigo a las necesidades canalizadas desde los colectivos vecinales y sectoriales para implicar a quienes hasta la fecha ni se habían planteado participar.

Dejar extrañas ocurrencias con gomets y acercar las ideas producidas por la sociedad civil para que esta pueda decidir y construir sobre ellas. Abandonar la tradicional idea de la participación como algo adyacente para constituirla como el intrínseco de la toma de decisiones públicas. Apartar de una vez por todas la manía de usar los procesos participativos como dispositivos legitimadores de decisiones tomadas desde despachos. Aireemos las instituciones afrontando el reto de lograr que la acción colectiva de la ciudadanía abra las puertas de la política municipal. Cambiar el marco de poder que suponen los grandes intereses especulativos sobre Barcelona requiere, con urgencia, lograr transitar de la lógica de hacer política “para la gente”, a hacerla “con la gente”.