Aún recuerdo que cuando llegué a vivir a Barcelona, hace más de una década, uno de los elementos que más me llamó la atención no fue ningún monumento ni macro-evento. Al fin y al cabo, para un chico de origen rural como yo, monumentos y eventos singulares forman parte del imaginario de las grandes ciudades y ya los había podido degustar como turista unos años antes. Al pasar de turista a residente, allá por 2005, me quedé maravillado por el tranvía. Vengo de Tenerife y, entonces, estaba a punto de comenzar el funcionamiento de un proyecto que en Barcelona ya llevaba un año en marcha, recuperando uno de los medios de transporte urbano más característico de la Revolución Industrial.

Vivir en la ciudad hace que la visión y el rol de los elementos urbanos adquieran una identidad diferente. Como turista, todo parece un plató y lo que más suele resaltar son las excentricidades y las infraestructuras majestuosas, pero habitar Barcelona coloca a sus monumentos en un quinto plano y el primero pasa a ocuparlo las “cosas del día a día”. Uno de ellos es precisamente el transporte. La prisa tiene nombre de residente y no precisamente ocioso. Entre el “corre-corre” diario, hay formas y formas de correr. Una es aguantar el tráfico, la tensión, riesgos y el estrés que arrastra. Otra es la de sudar la gota gorda yendo como sardinas en lata en Metro. También podemos jugarnos la vida en bicicleta en una ciudad que aún le falta mucho para tener la infraestructura adecuada para rodar a pedal. Y en otra liga está el tranvía.

No por casualidad es el transporte público mejor valorado. Hablamos de la forma de trasladarse más accesible, al aire libre y sin escalones ni ascensores. También del medio con mayor capacidad de transporte. Cada convoy puede albergar a 400 pasajeros en un solo viaje, el equivalente a 3 megabuses, 4 buses articulados, 6 convencionales, o a 340 coches. Es el transporte colectivo que alcanza mayor velocidad media en la ciudad y, como todo el mundo sabe, no genera absolutamente ninguna partícula contaminante en Barcelona, una de las ciudades más contaminadas de Europa, en la que cotidianamente se superan, y de largo, los límites de polución del aire recomendados por la UE y la ONU.

Un proyecto inacabado

Hace 17 años, el área metropolitana aprobó el proyecto de conexión de 9 municipios a través de diversas líneas de tranvía que convergían en el recorrido de la Avenida Diagonal, la innovadora arteria principal diseñada por Cerdà para unir los extremos de  la Gran Barcelona. Siempre me llamó la atención que justo el tramo central funcionara como una discontinuidad en la red de tranvías. Es inexplicable a ojos del recién llegado. Con el tiempo, vas cayendo en la cuenta de que no es cualquier tramo, sino uno de los más densificados por el vehículo privado, la travesía principal de dos de los distritos con más coches censados: l’Eixample y Sarrà-Sant Gervasi. Es Barcelona precisamente la ciudad con una de las mayores tasas de Europa en vehículos matriculados por km2: 6.000 coches. Madrid reduce esta densidad a la mitad y Londres dispone de tan solo 2.000 vehículos/km2. Parece ser que la Diagonal, además, se convierte, más que en un conector de la ciudad, en el cuello de botella de esta irracionalidad y ha acabado atrasando en casi dos décadas la tan necesaria conexión de las dos líneas de tranvías barceloneses.

Pero en algún momento esta priorización del coche por encima de todas las cosas en los usos del espacio público deberá ser revertida. Ni es sostenible, ni eficiente, ni lógica, aunque sí demasiado habitual. El tranvía democratiza el reparto del espacio urbano y revitaliza las áreas en donde se instala. Reduce la presencia de la gran cilindrada y ofrece la oportunidad de desplazarse ágilmente en una ciudad altamente densificada, también respecto de los transportes públicos que ya existen. Atrévanse a trasladarse en metro o autobús en las horas punta, para sentir en nuestras carnes la fiesta del sudor y la claustrofobia…

RECUPERAR NUESTRAS CALLES Y NUESTRO TIEMPO

Sin duda, el mayor capital del coche es la comodidad, no la eficacia. Y, por cierto, también cierto distintivo clasista. Pero atrincherarse a defender el derecho a la comodidad privada en detrimento de la pública representa un fuerte ejercicio de miopía política. Hoy en día, por culpa de priorizar la fluidez de los 6 carriles para vehículos de los que dispone la parte central de la Diagonal, los campus universitarios norte y sur están separados por cerca de 1 hora de trayecto en transporte público, mientras que, con el tranvía conectado, se tardaría la mitad.

Conectar la ciudad es acercarnos a todos sus rincones, habitar también los que ahora percibimos lejanos y ajenos. Conectar la ciudad metropolitana es darnos cuenta de que Barcelona ya hace décadas que va más allá de su término municipal o descubrir que estamos dedicando demasiado espacio al tránsito, poco al peatón y pagando un precio muy alto por ello: la polución. Supone, además, liberar tiempo para nuestras vidas y lugares para el civismo y la convivencia. El tranvía es la gran infraestructura que podría marcar un claro hito en la movilidad de la ciudad. Es el momento de dar el paso ante una urgencia y una necesidad vecinal que no podemos retrasar si queremos hacer de Barcelona un entorno que racionalice su espacio, pacifique sus vías y limpie su aire.