Ada Colau llegó a la alcaldía de Barcelona en 2015, aupada por el descontento manifiesto de cómo las instituciones habían gestionado la crisis que empezó en 2008. Llegó apuntalada por los movimientos del 15M que junto al conflicto independentista había dejado al PSC con lo puesto, sin empuje y empequeñecido. Cuatro años después, el PSC y la inestimable ayuda de Valls, la volvieron a colocar en la alcaldía.

José Luis Martínez Almeida llegó al poder en 2019. Era un perfecto desconocido y parecía que no tenía madera de líder. Accedió a la alcaldía de la mano de VOX tras un pacto con Ciudadanos, tras el fiasco de Manuela Carmena, acosada por una gestión voluble y errática, y el enésimo batacazo del PSOE en la capital de España.

Colau era la expresión de la izquierda. Almeida, de la derecha. El debate político parecía que situaba a las dos principales ciudades españolas frente a un examen en el que se trataba de aprobar cómo debía ser la ciudad del futuro. Y en eso llegó la pandemia.

Almeida, el gran desconocido, la afrontó cerrando filas con las fuerzas políticas. Su primera acción fue forjar un acuerdo para afrontar el virus en la ciudad, mirando de reojo los desmanes de su compañera de partido y presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso. Mientras ella se erigía en el ariete contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, Almeida cerraba filas para salvar la ciudad. Pacto político, incluyendo a Mas Madrid, y pacto económico, Madrid Futuro, con las organizaciones empresariales y grandes empresas, y pacto social con las organizaciones sindicales. Tras su gestión, el presidente del PP, Pablo Casado, lo puso como portavoz del partido. Los más mal pensados afirman que es una operación de desgaste para alguien que le puede hacer sombra. Otros, querían intuir que era un gesto del PP en una nueva fase de entendimiento. Almeida hace frente a esta situación con mano izquierda, sin olvidar ni por un minuto que sigue siendo el alcalde de Madrid.

Ada Colau ha planteado la pandemia como una cruzada para convertir la ciudad en sostenible abriendo una guerra, sin ningún tipo de consenso, contra el coche y la movilidad de las personas, convirtiendo la vía pública en una suerte de inmenso cuadro lleno de colorido y sembrando setas de cemento por doquier, que hacen de Barcelona una aventura si osas circular con un vehículo de cuatro ruedas. Y no sólo eso, ha abierto batallas contra el sector del comercio y la restauración, que sólo logró un acuerdo con Jaume Collboni en plena pandemia que ella misma se encargó de machacar metiendo en el recibo más impuestos a unos ciudadanos que han visto reducidos sus ingresos hasta límites nunca vistos. Nada de sombras de grandes acuerdos. Ni políticos, ni económicos, ni sociales. Ni tan siquiera ha liderado a los alcaldes metropolitanos en su pulso con el gobierno de Torra, que como Ayuso, primaba la batalla política contra Sánchez en detrimento de la gran batalla social y económica que se libraba en la ciudad.

Colau y Almeida son las dos caras de la misma moneda. No ya porque uno sea de izquierdas y otro de derechas, sino porque uno, Almeida, trata de ejercer de alcalde, y la otra, Colau, simplemente quiere ser la líder de un partido que impone sus tesis, asumiendo que es la única que tiene razón. Eso no le impide criticar al Gobierno, o gobiernos, aumentar los impuestos en plena crisis -¡quién diría que es de izquierdas!- o abrir batallas contra todos y todo lo que le lleva la contraria. De pacto con los empresarios ni un ápice de posibilidad. Con las organizaciones sociales, tampoco más allá de palabras. Y político, tampoco. Sólo se salva por el silencio de un PSC que espera su momento. A lo mejor, esperar le lleva a desesperar.

La situación lejos de amainar se complica por momentos. En Madrid, si cabe bastante más. Veremos como acaba, pero, me sabe mal decirlo, Almeida está a la altura de lo que se requiere a un alcalde. Colau está a la altura de ser una activista. Poco más. Tiene tiempo para rectificar, pero el árbol no le deja ver el bosque.