El futuro de muchos bares y restaurantes de Barcelona es incierto. La crisis del coronavirus castigará a muchos locales que deberán reinventarse para sobrevivir. En 2020, el objetivo es resistir. Con tantas restricciones por motivos de seguridad y la caída del turismo, la restauración necesitaba nuevos estímulos, ayudas, un compromiso real del Ayuntamiento que finalmente gestionó con éxito Jaume Collboni, el líder del PSC.

Collboni desatascó un problema que podía estallarle al gobierno municipal. Le solucionó un marrón a Colau, desaparecida en las negociaciones. Muchas familias barcelonesas viven de la restauración y su preocupación inicial se transformó en un malestar subido de tono. El pasado 25 de abril, el segundo teniente de alcalde escuchó reproches de todo tipo. Acusaciones duras en una reunión telemática con representantes del sector. Encajó bien y se comprometió a buscar una solución que llegó 11 días después.

La comunicación oficial del acuerdo constató la satisfacción de Collboni, a quien se agarran los sectores económicos de la ciudad para regatear las trabas y la indiferencia de los comunes. Janet Sanz, en cambio, se mostró mucho más distante. Mientras el líder del PSC hablaba del impacto que el acuerdo tendrá en las cuentas del Ayuntamiento y mostraba una gran sintonía con los restauradores, la segunda teniente de alcalde repetía que el espacio que ganarán las terrazas irá en detrimento de los vehículos y nunca de los peatones.

Janet estaba incómoda. Su obsesión contra la industria automovilística, muy importante en Barcelona, es enfermiza, sobre todo ahora que muchos trabajadores temen por su futuro laboral y otros tantos vecinos tienen miedo de coger el transporte público por miedo a posibles contagios. El día del acuerdo con los restauradores no tocaba hacer una apología de unos ideales ecologistas populistas que chocan con la realidad: su coche es altamente contaminante, como el del biopijo Eloi Badia (concejal de Emergencia Climática), y a Colau le sacaron los colores al destaparse que ha ampliado la flota automovilística del Ayuntamiento durante la crisis del coronavirus. Su doble moralidad es escandalosa.

El pragmatismo de Janet, entre tanto dogmatismo, también facilitó un acuerdo histórico entre el Ayuntamiento y los restauradores que ahora deberá gestionarse, caso por caso. En toda esta guerra, Colau se ha mantenido al margen. Nunca, nunca ha tenido buena sintonía con el Gremi de Restauració y no ha querido que las negociaciones se le indigestaran. No le quedaba otro remedio que ceder y facilitar la recuperación de muchos negocios. De muchos empresarios y trabajadores. Lo contrario hubiera sido un suicidio político.

Colau debería revisar sus prioridades y ejercer de alcaldesa, no de activista. El diálogo es la mejor solución para encarar los problemas de una ciudad con muchas aristas. Debería escuchar a los vecinos en lugar de subvencionar a entidades satélite con ayudas a dedo y tejer complicidades con los sectores económicos de Barcelona. La alcaldesa debería soltarse, cambiar el chip, y festejar ahora su acuerdo con los restauradores. En lugar de esconderse y enfurruñarse, Colau haría bien en tomarse una cañita, que no todo son malos tragos en la vida.