Barcelona es un caos. La movilidad de la ciudad está secuestrada por la huelga de los taxistas. El comercio está indignado con las pérdidas ocasionadas por el colapso y los ciudadanos lamentan, entre perplejos e indignados, la ausencia de medidas por parte de la autoridad municipal para restituir el orden. Y si nocivas son las imágenes del centro de la ciudad durante el fin de semana, el enredo será monumental a partir del lunes.

El atasco de Barcelona puede ser histórico, proporcional a la frustración de sus habitantes, trabajadores y visitantes. Los taxistas, aseguran, no tienen nada que perder con sus medidas de fuerza. Temen por su futuro, pero no todos comparten los métodos empleados y, mucho menos, el uso de la violencia contra periodistas y conductores de Cabify.

Menos comprensible es la inacción del gobierno de la ciudad. La ausencia de medidas. El silencio y la complicidad de sus gobernantes. Conocida la incapacidad y la negligencia de Colau para gestionar los grandes conflictos de Barcelona, los ciudadanos agradecerían un gesto de la alcaldesa, ya sea mediante un pacto con los taxistas o recurriendo a medidas disuasorias para minimizar el daño al conjunto de los ciudadanos.

Una cosa es mostrarse receptiva con las demandas de los taxistas y otra es aceptar su chantaje, por algunos votos que pueda obtener del sector en las próximas elecciones municipales. A Colau no le interesa el bien común, sino contentar a sus fieles, gesticular a favor de sus aliados aunque sea a costa de tener una Barcelona patas arriba.

La misma Colau que en el pasado renegó del Mobile, el certamen que tantos millones genera a Barcelona y que ha llenado los bolsillos de restauradores, hoteleros y (sí, sí) taxistas, ni se inmuta ahora cuando escucha que los conductores amenazan con paralizar la edición de este año. Lejos de asumir el mando con un mensaje claro y satisfactorio para los barceloneses, la primera edil se vanagloria de ser la primera alcaldesa bisexual de Barcelona, ¡toma ya!, como si sus deseos y preferencias sexuales/amorosas aliviaran los problemas reales de sus votantes y del resto de los ciudadanos. La maniobra es de una bajeza moral de campeonato. El respeto y la complicidad se ganan con hechos, no con palabras.

Barcelona ha tocado fondo. El todo vale se ha instalado en una ciudad lastrada por la inseguridad, las tensiones del procés y el desgobierno local. La ilusión y el orgullo de no hace tantos años han sido sustituidos por un malestar creciente y la sensación de que la ciudad se empobrece (en todos sus ámbitos) día tras día. En poco más de cuatro meses, los barceloneses deberán decidir su futuro.