El procés también se ha cargado el pacto de gobierno en Barcelona. Ada Colau, la reina de la ambigüedad, romperá su matrimonio de conveniencia con Jaume Collboni y encara el tramo final de su mandato con muchas más dudas que certezas, en una posición de debilidad y más pendiente del partido y de su futuro político que del gobierno de la ciudad.

Las bases de Barcelona en Comú se han posicionado a favor de romper el acuerdo con el PSC el mismo fin de semana que la alcaldesa lanzaba su órdago más feroz contra las fuerzas independentistas, a las que acusa de haber llevado a Catalunya al desastre y de provocar un “perjuicio económico terrible".

Estratégicamente, Colau no parece haber actuado con mucha inteligencia, tal vez porque piensa más como oposición que como alcadesa. El año y medio de mandato que le queda no será plácido y deberá buscar apoyos puntuales para sus proyectos de ciudad. Tras romper con el PSC, sin embargo, no ha dibujado el mejor cuadro para obtener la complicidad de la CUP, de ERC y del PDeCAT.

En el PSC también toca hacer autocrítica. Nadie cuestiona el liderazgo de Collboni, pero sí su gestión. Los pesos pesados del partido le acusan de no haber marcado un perfil propio, de haber sido muy blando con la alcaldesa y de priorizar su imagen a las necesidades del PSC. El buenismo con Colau le ha pasado factura, una lección que deberían aprender en ERC y, muy especialmente, Alfred Bosch, a quien Oriol Junqueras ya tuvo que llamar al orden en alguna ocasión.

Collboni debe cambiar de táctica y marcar un nuevo perfil político. No le queda más remedio que distanciarse de Colau si quiere repetir como candidato del PSC en 2019. La alcaldesa, por su parte, se ha quedado sin un interlocutor que era respetado por los principales agentes económicos de Barcelona, aunque parecía estar más pendiente de la foto que de las problemáticas reales. Sin la complicidad de los socialistas, tanta ambigüedad acabará pasando factura a Colau, que bien haría en rescatar la agenda municipal. Ya toca que se hable de los problemas reales de la ciudad. El gran problema, ahora, será cómo gestionarlos.