Ada Colau alardea de su pasado activista. De sus simpatías con el movimiento okupa. La alcaldesa de Barcelona, obsesionada con demonizar a las grandes empresas y frenar la recuperación económica con sus trasnochadas políticas de movilidad, es muy tolerante con la violencia callejera de los jóvenes antisistema y, obviamente, ni se inmutó cuando supo que la antigua redacción de Metrópoli Abierta había sido atacada por okupas.

Colau, mucho más reconocible en su papel de activista que de gestora como alcaldesa, gobierna para sus fieles. Entre ellos, los radicales de extrema izquierda y muchas entidades con las que se muestra muy generosa con sus subvenciones. Ella y los okupas tienen enemigos comunes. Entre ellos, Metrópoli Abierta, un medio digital independiente que lidera las audiencias de la información local en Barcelona.

Metrópoli está en el punto de mira de Colau y las mafias okupas. No toleran las críticas y quieren acabar con este medio. Su complicidad, denunciada por la mayoría de los partidos de la oposición (excepto ERC, un partido que parece sufrir una nueva versión del síndrome de Estocolmo tras la puñalada trapera de hace un año y tres meses que le asestaron los comunes), retrata la deriva de una Barcelona sin rumbo, proyecto ni liderazgo político.

Colau y los okupas coinciden, por ejemplo, en su psicopatía por silenciar a Metrópoli. Les molesta que este medio sea el gran referente de la información de Barcelona y su área metropolitana, con más de un millón de usuarios únicos mensuales, y no escriba al dictado. A su manera, la alcaldesa y sus cachorros combaten la libertad de información de este medio con sus propios métodos.

Los okupas pisan fuerte por las calles, amedrentando a los ciudadanos con su terrorismo de baja intensidad. En Barcelona hay demasiada tolerancia con la violencia urbana y algunos políticos confunden el civismo y el sentido común con una falsa división entre derechas e izquierdas. Si violar una propiedad privada es de izquierdas, tenemos un problema grande. Si obtener un rendimiento económico por una propiedad es un delito, vamos para bingo.

Más sibilina es Colau en su odio a Metrópoli. Este medio siempre fue un problema para ella. Incluso antes de su nacimiento. Tal vez le incomodó que Metrópoli no llamara a su puerta para pasar el platillo.

En febrero de 2017, un mes antes de su estreno oficial, Metrópoli solicitó una entrevista con Colau. Normal, tratándose de un medio local y siendo Ada la máxima autoridad de la ciudad. Desde el departamento de comunicación del Ayuntamiento se descartó tal posibilidad, alegando problemas de agenda. En posteriores solicitudes, este medio ni tan siquiera recibió una negativa como respuesta.

La insistencia de Metrópoli logró que Laia Ortiz, procedente de Iniciativa per Catalunya, aceptara un encuentro con este medio en el Ayuntamiento de Barcelona. En un gesto de sinceridad, Ortiz expresó sus dudas hacia Metrópoli. Vino a decir que no se fiaba si este digital se financiaba con publicidad no institucional. Le preocupaba que los comunes y su poderoso entorno mediático no controlaran Metrópoli. Automáticamente, ya éramos el enemigo.

Colau, desde entonces, ha ninguneado a Metrópoli. En privado, su manera de referirse a este medio no es muy elegante ni original. Y, mucho menos, progresista ni feminista. Pero desde Metrópoli insistiremos en criticar su mala gestión en temas claves como el incremento de la inseguridad. Y lo haremos con rigor y cifras oficiales. Incluso con su propio barómetro, el mismo que recoge el malestar de los barceloneses con la deriva de una ciudad que en el pasado fue prodigiosa y ahora suma ya cinco años de pesadillas y populismo barato.