Ada Colau gesticula mejor que nadie. Lo hace muy bien. Tiene el don de esquivar su mala gestión con discursos moralistas y se siente cómoda al encarar conflictos irreales que solo interesan a su tropa más radicalizada. La misma alcaldesa que alerta sobre el auge de la ultraderecha y los fascismos en Europa, silencia que su populismo suscita muchas tensiones y que sus procesos de remunicipalización nos evocan al franquismo. Su obcecación choca con los principios básicos de la economía del siglo XXI.

La alcaldesa de Barcelona está en campaña electoral. Tras su errática política de vivienda, los jaleos de TMB y su incapacidad para frenar la inseguridad en la ciudad, donde se registran 500 delitos diarios, Colau promete ahora soluciones mágicas. Y, sobre todo, quiere presentarse como la candidata más progresista, la Robin Hood de unos barceloneses maltratados eternamente, para arañar todos los votos posibles en su particular batalla con el PSC de Jaume Collboni.

Ningún gesto de Colau es gratuito, como no lo fue su apoyo a los taxistas en su pugna con los VTC. Tampoco lo es su obsesión con la remunicipalización del agua, sustentada en falsedades y una distorsión de la realidad que solo atrapa a una minoría de los barceloneses. La mayoría está muy satisfecha con la actual gestión mixta y en distintas encuestas, de este y otros medios, los ciudadanos puntúan con un notable el servicio y la calidad del agua.

El debate del agua, sustentado por entidades muy bien regadas por la primera edil, va más allá de Barcelona. Afecta a toda el área metropolitana. Algunos experimentos, como los de París y Berlín, desaconsejan los procesos de remunicipalización por su elevado coste y el deterioro del servicio. A Colau le alertaron del caso francés, pero ella sigue erre que erre, convencida de que su gesticulación puede tener garantizarle un puñado de votos, más preocupada como está por los resultados de las urnas que por las necesidades reales de todos los barceloneses.

Colau nunca ha gobernado con esa mentalidad. Ha priorizado el clientelismo a los pactos de ciudad y su obra de gobierno se fue al garete cuando rompió con el PSC. Desatada la bestia, Barcelona entró en una espiral muy negativa y hoy vive días convulsos a la espera de tiempos mejores. Lo fueron con Pasqual Maragall, a quien Colau se abrazó el miércoles y cuyo legado también reivindica. La alcaldesa que despreció el 25 aniversario de los JJOO tuvo su foto más deseada. En una misma imagen estaban el mejor y el peor alcalde de Barcelona.