Ada Colau ha perdido otra guerra. Otra batalla tan absurda como estratégica que activó para contentar a sus fieles y tapar su mala gestión en los temas importantes de la ciudad. La alcaldesa de las obsesiones ha recibido un duro castigo del Tribunal Supremo, el órgano judicial superior, que avala la constitución de la empresa público-privada Aigües de Barcelona para gestionar el servicio del agua de la ciudad y su área metropolitana.

Colau ha naufragado con su desafío a Agbar, una de las compañías mejor valoradas de Barcelona. Tras invertir mucho tiempo y dinero, difamar contra la compañía con falsedades, subvencionar plataformas amigas y engañar a los ciudadanos, la psicopatía de la alcaldesa ha sido ridiculizada por un Tribunal Supremo que avala la sociedad mixta constituida en 2012 por la compañía del agua y el Área Metropolitana de Barcelona (AMB) durante el mandato de Xavier Trias.

Desde su victoria en las elecciones municipales de 2015, Colau se obcecó con provocar a las grandes compañías de Barcelona e incluso cuestionó la continuidad del Mobile, el gran evento internacional del mundo de la comunicación. Sin un modelo económico viable ni sensato, los comunes colisionaron con Abgar con la falsa promesa de abaratar el precio del agua. En su burda campaña nunca informaron del coste real que tendría para la ciudad su ansiada remunicipalización y silenciaron los recelos y críticas de los expertos del sector. También callaron los fracasos de procesos similares en otras ciudades europeas como París y Berlín. Y, por supuesto, nunca explicaron los impuestos municipales que todos pagamos en cada factura.

Las plataformas favorables a la remunicipalización del agua tuvieron medios económicos pero nunca el respaldo popular de los barceloneses, que en los últimos sondeos puntuaron con un notable el servicio del agua. En muchas convocatorias de Aigua és vida, sus conferencias (al más puro estilo stalinista) apenas reunían a 20 personas. Y no todas simpatizaban con la causa.

El agua nunca ha sido un problema real en Barcelona. Nunca. Y Colau lo sabe. Como también sabe que cambiar el nombre de algunas calles no mejora la calidad de vida de los ciudadanos, pero satisface a sus simpatizantes más dogmáticos. Su populismo cada día es más nocivo para una ciudad castigada por la inseguridad (más de 500 delitos diarios) y la creciente desigualdad entre sus ciudadanos. Y en tiempo de gesticulación y zozobra, Colau se la tiene que envainar ahora con el agua.