El de Inmaculada Colau y Jaume Collboni es un matrimonio de conveniencia. Su relación de amor y odio comenzó hace tres años, pero los flirteos acabaron en traiciones cuando las bases de los comunes despotricaron contra el apoyo del PSC al artículo 155 de la Constitución. Los socialistas, enrabietados, pasaron del poder a la oposición y atizaron contra una alcaldesa sin rumbo ni gestión. Las tensiones subieron de tono en una campaña electoral en la que el entorno de Collboni juró y perjuró que nunca pactaría con Colau. Un mes después, las malas caras han sido sustituidas por sonrisas y guiños de complicidad. Todo sea por la pasta, por el control de los 2.700 millones de euros que gestiona el Ayuntamiento de Barcelona.

Colau y Collboni son dos políticos de talante dispar, pero ambos son ambiciosos. Les gusta el poder y maniobran con habilidad, ya sea para ganar unas primarias en el PSC o para retener una alcaldía que, por primera vez, no será para la formación más votada en las urnas. Los puñales de antes son ahora abrazos y buenas intenciones para reflotar una Barcelona sumida en la peor crisis de las últimas décadas.

El suyo no parece un amor sincero y las discusiones comenzarán pronto, con el reparto de carteras. ¿Quién gestionará la seguridad de Barcelona? ¿Y la vivienda? ¿Y los grandes asuntos económicos? ¿Acabará el hostigamiento de los últimos años al turismo? Los barceloneses, descolocados desde que Manuel Valls prometió su ayuda a la alcaldesa para derrotar al independentismo, esperan soluciones. Los más escépticos confían que el PSC rebaje el dogmatismo de los comunes.

La ausencia de Gerardo Pisarello y Jaume Asens, próximos a las tesis independentistas, facilitará, de entrada, la convivencia entre los comunes y los socialistas. Tampoco es un asunto menor la renuncia de Gala Pin, lastrada por su mala gestión en Ciutat Vella, y bien haría Colau en rebajar el protagonismo de Eloi Badia, señalado por su fracaso con la funeraria pública y su nefasta gestión tras el hundimiento de 144 nichos en el cementerio de Montjuïc.

Con Collboni como socio, Colau no tendrá barra libre para gestionar una Barcelona que el pasado 26 de mayo giró hacia la izquierda, convencida de que investiría a Ernest Maragall tras los sollozos y la rabieta de su gran rival. Pero poco tardó en maquinar Colau su venganza y, salvo sorpresa, repetirá como alcaldesa.