Los sondeos ya son imprescindibles para los dirigentes políticos. Algunos viven pendientes de ellos, no hay más horizonte que lo que marquen esas encuestas, para saber qué respuesta pueden tener algunos proyectos legislativos, para incidir en las críticas a los adversarios o para pensar, si son negativas, en otras carreras profesionales. No debería ser así, pero la política moderna en las democracias liberales ha derivado –otros dirán que se ha degradado– hacia esa dirección.

En el caso del Ayuntamiento de Barcelona la pregunta debería centrarse en el objetivo de esos barómetros. Sí parece lógico y conveniente que se consulte a los ciudadanos sobre las políticas concretas que se impulsan y sobre los problemas que se consideran como los más acuciantes. La limpieza de la ciudad, la movilidad, o, incluso, la manera de incidir, en lo que se pueda, en la guerra de Ucrania. Son cuestiones en las que el consistorio debe y puede centrar su atención. La cosa se complica cuando se pregunta por las preferencias políticas y se decide que lo mejor es apuntar, sin llegar hasta el fondo, para poder utilizar los resultados como propaganda.

Es lo que hace en estos momentos el partido de Ada Colau, que ha desconcertado al socio de gobierno, a los socialistas. Es cierto que los barómetros han sido utilizados por todos los gobiernos municipales, pero, ¿qué pasa cuando son de coalición?

Los barómetros del Ayuntamiento de Barcelona publicitan las intenciones de voto, pero no se llega a realizar una proyección de lo que pudiera ocurrir. Y los elementos para ello los ofrece el propio sondeo. Podría ser únicamente un elemento indicativo, una especie de fotografía: esto es lo que ocurre ahora, este partido o aquel otro encabeza la intención de voto directa. Y con esa información ya bastaría, para los propios grupos municipales y para la ciudadanía de Barcelona en general.

La perversión llega después. Los comunes han utilizado el barómetro de diciembre, muy parecido al de este mes de julio, --aunque entonces el partido de Colau contaba con tres puntos más en intención de voto directo--, para hacer propaganda en las redes sociales de forma intensa en los dos últimos meses con un claro mensaje: los comunes ganarían las próximas elecciones, con ventaja respecto a los demás.

En facebook la campaña ha sido constante, y en Instagram, con el barómetro de diciembre como gran anzuelo, sin especificar muy bien que quería decir eso de la intención de voto. Y lo que pasa es que esos datos no dicen nada sobre qué podrá pasar en los comicios. Para elaborar el voto final, una traslación sobre los resultados en unas elecciones, se deberían ponderar otros elementos, como la valoración de los líderes, los deseos de cambio en el electorado, la valoración sobre la gestión del gobierno municipal o el cálculo sobre qué participación habrá.

Sin embargo, ese no parece ser el objetivo de los comunes. Lo que pretenden es ese titular de la fotografía sobre la intención de voto para ofrecérselo al núcleo duro del partido y que sea éste el que intensifique una campaña publicitaria sin desmayo.

Por tanto, el barómetro municipal, sufragado con el dinero de todos los ciudadanos y ciudadanas de Barcelona, ¿a quién beneficia, para qué se realiza?

Esa es la exigencia que se debería poner sobre la mesa. Las democracias liberales han sufrido una enorme erosión en los últimos años, en gran medida por cuestiones como ésta, que indican que no hay un interés real en la transformación de la realidad, sino únicamente en conservar el poder, una vez se ha alcanzado.