En el año 565, una bestia corrupia atacó a un escocés y de poco que no se lo come, pero la oportuna aparición de quien luego sería San Columba liberó al paisano. Con voz potente, el santo ordenó a la bestia que escupiera la merienda y que se metiera con alguien de su tamaño. El monstruo obedeció y se sumergió en las aguas del lago Ness. Siglos más tarde, hacia 1930, comenzaron los avistamientos. Los testigos juraban y perjuraban haber visto un animal de gran tamaño asomándose por entre las aguas, una especie de serpiente marina, un gran pez, un plesiosaurio, qué sé yo, al que pronto bautizaron como Nessie y que se ha convertido en la principal atracción turística de un rincón de Escocia que, si no fuera por el bicho, no llamaría la atención de nadie.

Pues algo así necesita Barcelona, ya les digo yo ahora. En tiempos de depresión, cuando es evidente la decadencia de la ciudad, un ánimo desazonado y un ambiente derrotista, necesitamos un reclamo que sitúe a la ciudad en el mapa, que nos haga simpáticos a ojos de nuestros vecinos y que sea un símbolo común a todos los barceloneses. Necesitamos algo capaz de despertar nuestra ilusión. Una mascota.

En Tokyo tienen a Godzilla, mejor en su versión en blanco y negro y sin efectos digitales, un monstruo encantador. Los neoyorquinos tienen a King Kong, un gorila enorme con un fondo romántico y tontorrón. ¿No podríamos tener algo así en Barcelona? Qué envidia me dan. Me encantaría que fuera un lugar común del cine popular un King Kong o un Godzilla subidos en lo más alto de la Gran Mona de Pascua (la Sagrada Familia), espantando aeroplanos a manotazos.

No sería la primera vez que lo intentamos con los bichos. En 1906, los naturalistas Almera, Bofill y Font propusieron al entonces alcalde Sanllehy llenar de bichos el parque de la Ciutadella. Siete dinosaurios y cuatro mamíferos prehistóricos. Sólo llegó a construirse el mamut. Las maquetas de los demás bichos quedaron en el Museo de Geología, hoy abandonado, y se conservan en los almacenes del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona, que está en el Fòrum, pero fuera de la vista del público. ¡Así de aburridos somos! No llegaremos a ninguna parte con esta disposición.

En los años preolímpicos vieron un pájaro enorme sobrevolar la Meridiana. El bicho no inspiró ni miedo ni cariño y no hubo lugar para una leyenda urbana mínimamente decente. Después de eso… nada. Sí, se han visto jabalíes paseando por Sarrià o Sant Gervasi y cuando el confinamiento hozaron a gusto por el Eixample, pero no es lo mismo. También hay palomas y patinetes, lo normal. Y alimañas que atacan a las redacciones de los periódicos y a quienes piensan diferente, algo deleznable, que no es lo que queremos.

Mientras tanto, nos están pasando la mano por la cara en otras partes de España, y aquí viene mi advertencia a las autoridades y a quien corresponda. ¡Pónganse las pilas, que nos estamos quedando atrás! ¿Que no lo ven?

En las costas gallegas, grupos de orcas asedian a las embarcaciones de recreo, despertando el pavor a los monstruos marinos, mientras que este verano no se ha avistado ni un miserable tiburón comeniños en nuestras playas. Ahora mismo, en un pueblecito de Granada, Ventas de Huelma, han avistado a una pantera negra. No una pantera cualquiera, no, una negra, que eso es tener clase. En la Sènia, hace unos años, tuvieron una leona correteando por el campo, ¿recuerdan? No diré nada del abominable hombre de las nieves que corría por las estaciones de esquí de los Pirineos hace unos años. Y la noticia de esta primavera fue, ¡cómo no!, el avistamiento de un cocodrilo en el Pisuerga.

¿Y Barcelona qué? ¿Eh? Es que damos pena, de verdad. Nada, ni un bicho. O las autoridades toman las medidas oportunas o esto se nos va definitivamente al carajo.

Quiero aportar mi granito de arena a esta cuestión. Les diré que todavía se pueden ver los vestigios de la entrada al Museo del Alcantarillado de Barcelona, que se abría en el paseo de Sant Joan, tocando a la estatua de Verdaguer. Afirman que lo cerraron por peligroso. ¿Qué peligros corrían los visitantes del museo? Lean a Lovecraft y quizá se hagan a la idea. Puede que ahí radique toda nuestra esperanza.