La causa homosexual encontró en Sitges uno de sus refugios, en un tiempo en el que casi todo estaba por conseguir en términos de derechos civiles. A orillas del Mediterráneo, era posible respirar a pulmón libre, fuera cual fuera la condición sexual. La proximidad favoreció que Barcelona imantara la tendencia, convertida, ya en los 90, en una de los destinos europeos de mayor atractivo para los gays de todo el mundo, en la senda de Amsterdam y Berlín. Sin embargo, a la ciudad le faltó valentía institucional para capitalizar la preferencias de esta comunidad, una vez que decidió organizarse para organizar eventos como el Europride o el World Pride, el Orgullo Gay que, esta semana, convierte a Madrid en referencia mundial y deja en las arcas de la capital más de 200 millones de euros.

Madrid, que ya fue sede de la edición europea en 2007, es la quinta ciudad que organiza la cita mundial, para la que prevé la llegada de unos dos millones de visitantes. Roma y Jerusalén fueron las primeras, elecciones que tenían su ingrediente irreverente, dada la vinculación religiosa de ambas, en particular la primera, donde tiene su sede el Vaticano. Le siguieron Londres y Toronto. Después de Madrid, el turno será para Nueva York, en 2019. La capital española pujó por el evento con el PP en la alcaldía, en la etapa de Alberto Ruiz Gallardón, años después de que su partido se hubiera opuesto a la legalización del matrimonio homosexual impulsada por ZP. Una cosa es la política y otra la estrategia. Gallardón preguntó: "¿Entonces esto es como los Juegos?". "Sí, pero en esto ganamos", le contestaron.

En la actualidad, tanto las instituciones gobernadas por la izquierda como por la derecha apoyan el Orgullo. Mientras una bandera multicolor cuelga de la fachada del ayuntamiento que gobierna Manuela Carmena, crespones del mismo color pueden verse en Telemadrid, gestionada por la Comunidad que tiene al frente a Cristina Cifuentes.

Barcelona no contaba, originariamente, con un barrio propiamente gay, algo característico de otras ciudades, hasta que la mayor parte de la comunidad empezó a concentrarse e instalar sus negocios en algunas calles del Eixample. La zona fue bautizada como el Gaiexample, donde se llegó a edificar el primer hotel especializado del mundo. A Madrid, en cambio, le favoreció la concentración en Chueca, que pasó a ser una ciudad dentro de la propia ciudad. Esta semana, sin embargo, sus proporciones están desbordadas.

En una Barcelona ya saturada por el turismo, la semana del Orgullo habría añadido más problemas logísticos. Sin embargo, la ciudad no debe olvidar el rédito de posicionarse gracias a este tipo de eventos, en términos de imagen y de marca, más allá de las ganancias económicas. Bien sabe cómo cambió su dimensión internacional gracias a los Juegos Olímpicos, de los que este próximo mes se cumplen 25 años. Para Madrid, asociada en el pasado a una idiosincrasia más conservadora que la libertina Barcelona, es una gran oportunidad para mostrarse como una urbe abierta, como la capital mundial de la diversidad y la tolerancia.