De vez en cuando las ciudades, las instituciones, los gobiernos hacen proclamas para explicar lo que dicen ser. También lo explican los silencios. El consistorio que encabeza Ada Colau ha hecho que Barcelona se proclame ciudad de acogida hacia los refugiados sin patria, pero mantiene silencio ante las exigencias amarillistas de que se vayan quienes no sean catalanes a la medida de los independentistas. Que el silencio atrae a no pocos dirigentes políticos es algo evidente. Ardía Barcelona, se extendía el fuego a Vic, Manresa, Lleida y Girona, y el president en funciones, Pere Aragonès, callaba, a coro con el conseller de Interior, Miquel Sàmper. Han tenido que llegar las llamas a las ventanas de sus conocidos para que digan algo contra el fuego y los incendiarios.

Excepcionalmente, el Ayuntamiento decidió hace unos meses no callar y rendir merecido homenaje a Juan Marsé y Carlos Ruiz Zafón, lo que no dejó de provocar las iras del amarillismo que los considera catalanes de segunda, en el mejor de los casos. Para eso no basta el silencio: hay que gritar hasta desgañitarse; insultar y descalificar, imponer el silencio a los demás. Ya que no se pueden mostrar méritos propios, por lo menos, que no se reconozcan los de los “otros”. Otros son todos los que no son “nosotros”.

Tal vez por eso se ha optado por el silencio y se ha pasado por alto una efemérides notable: los 30 años de la muerte del filósofo barcelonés José Ferrater Mora. Nació en la ciudad y en ella murió el 31 de enero de 1991. A lo largo de su vida estudió filosofía, combatió con el Ejército republicano, se exilió en Francia, Cuba, Chile y Estados Unidos. De sus obras destaca el monumental Diccionario de Filosofía (hay edición electrónica actualizada disponible), pero fue también uno de los primeros divulgadores en lengua castellana de la lógica matemática y otras tendencias filosóficas. Cultivó todos los medios de expresión a su alcance: del ensayo a la novela o el artículo periodístico, de la fotografía al cine.

Carlos Nieto Blanco, pensador afincado en Santander, acaba de publicar un excelente y documentado libro (El mundo desde dentro. El pensamiento de José Ferrater Mora) que puede servir para comprender el silencio sobre el filósofo en su propia tierra. Fue un hombre partidario, sobre todo, del diálogo. Empezando por la filosofía. En su obra muestra una constante voluntad conciliadora, se esfuerza en resaltar lo valioso de cualquier autor, asumiendo que en casi todos hay algo que vale la pena y que el acercamiento que propician las palabras es siempre mejor que el conflicto y la descalificación. Una frase del epílogo –cuyo autor es el malogrado Javier Muguerza– puede servir como síntesis del pensamiento de Ferrater: se oponía por igual “a las filosofías del blanco o negro y las filosofías del todo es gris”. También en política.

Cuenta Nieto Blanco que en 1967 –cuando el abuelo de Pere Aragonès era alcalde franquista de Pineda de Mar y se hacía rico–, Ferrater, que ya podía viajar a España, aunque seguía viviendo en Estados Unidos, escribió un texto sobre España titulado Unidad y pluralidad, en el que defendía su “condición plurinacional”. Decía que está formada por diversas naciones “que han constituido un haz, pero sin yugo; el yugo, la unidad artificial. La unidad real es plural”. Tras señalar que el verdadero problema del futuro no era tanto la unidad española como la construcción de Europa añadía que en ese futuro carece de razón de ser el separatismo. En su lugar, España debería avanzar hacia “un estado federal”. Nieto Blanco resume: “La propuesta federalista –de Ferrater Mora– es mucho más consistente teórica y operativamente que el actual Estado de las Autonomías que sale de la Constitución de 1978”.

Es curioso el silencio sobre una voz tan nítida como la de Ferrater Mora –un exiliado de verdad– en una ciudad que parece preferir el grito y el insulto; que parece extasiarse ante el estallido del cóctel molotov y la luz de la gasolina que busca quemar cosas, ideas e incluso hombres. Y a pesar de todo, la palabra de Ferrater sigue vigente –y no sólo por la acción de la cátedra en Girona que lleva su nombre–, también por su voluntad de hacer pensar a sus lectores. Pensar y hablar, para que calle la violencia, para que acaben las descalificaciones, para que triunfe la voluntad de diálogo.