La ciudad ha empeorado para el 59,2% de los barceloneses, según el último barómetro municipal. No es de extrañar que una gran mayoría detecte que la capital de Cataluña va languideciendo, seguramente con la pandemia como acelerador de esa decadencia. Un dato demuestra esta sensación. A pesar de que los delitos han caído en picado, la inseguridad se muestra como la principal preocupación ciudadana. Un claro ejemplo de la sensación que cunde entre los habitantes de una ciudad, donde un 30% quiere abandonarla.

Si los responsables municipales se quedan solo en que su gestión es aprobada será una mala noticia, porque no se trata de gestión, se trata de hoja de ruta. La táctica está resuelta, la estrategia no. Desde estas páginas lo hemos repetido incansablemente, pero parece que siempre ha sido predicar en el desierto. A los ciudadanos les falta, como demuestra la encuesta, la definición de un proyecto de ciudad. Los problemas cotidianos se van resolviendo, más o menos, aunque algunos se complican porque esa gestión no está enfocada en la solución de conflictos, sino en crearlos. Parques en mal estado, gremios al borde de un ataque de nervios como la restauración, el comercio o los taxistas, la circulación que empieza a ser un mal de cabeza porque se empieza la casa por el tejado, vecinos hartos de ver como las promesas se las lleva el viento, propuestas sin cabeza ni pies…

En este proyecto de ciudad, me gustaría ver ardor guerrero en la alcaldesa en la defensa de la fábrica de baterías en Barcelona. No sólo sería un revulsivo para la industria de la automoción, sino que sería una solución de futuro para centenares de trabajadores de Nissan y un caladero donde podrían recalar jóvenes que quieren poner su pie en la vida. Ada Colau no ha abierto la boca. Que se sepa no ha ofrecido ni terrenos, ni alternativas a SEAT para que la multinacional mire con buenos ojos a la Ciudad Condal. La Generalitat tampoco porque están inmersos en sus propias batallas para constituir Govern y el resto de asuntos quedan colgados como un fuet en la despensa. No son la prioridad.

El problema es que no hay hoja de ruta que piense en la Barcelona de 2050, pero tampoco hoja de ruta que piense en la ciudad de pasado mañana. La fábrica de baterías se antoja como la gran batalla que se avecina. Valencia, Galicia, Extremadura y Aragón no van a dar la batalla por perdida, y aquí, tanto Colau como Aragonés, la dan por ganada. En política no hay nada peor que menospreciar al adversario. Al final, ir de sobrao' se paga, y en ningún sitio está escrito, y menos firmado, que la fabricación de baterías, una parte de la industria del futuro más inmediato se quede en nuestra casa.

Espero que el barómetro municipal haga reflexionar a más de uno. A la alcaldesa, por supuesto, pero también a los socios de gobierno y al conjunto de la oposición. A Elsa Artadi seguro que le importa un colín porque está de salida y más atenta a otros menesteres. Quiero pensar que a Ernest Maragall le importa algo más, aunque se le ve más activo en el Parlament que en el Ayuntamiento. Todas las miradas se dirigen a Jaume Collboni que está ahí, trabajando, pero sin visibilidad, y en política si no cuentas lo que haces, quiere decir que no haces. Debería tenerlo en cuenta porque tenemos a la ciudad herida y sanitarios que tienen que atenderla están a por uvas.