De joven visité Londres y me quedé boquiabierto ante las manifestaciones que se celebraban con normalidad. Venía de un país en tránsito de la dictadura a la democracia y donde las manifestaciones públicas estaban prohibidas. Participar en una manifestación en Barcelona en aquellos años era jugársela. Acababas corriendo por el paseo de Gracia, esquivando coches y porrazos de la policía.

Por eso, contemplar protestas populares en las calles céntricas de la capital británica era una experiencia insólita. Allí, los policías en vez de correr detrás de los manifestantes se colocaban a ambos lados de ellos. En vez de reprimirlos les protegían.

Fui al 'speakers' corner’ de Hyde Park donde me habían dicho que todo el mundo podía hacer proclamas públicas sin ningún tipo de censura. Recuerdo que un hombre subido a una escalera plegable denunciaba alguna injusticia que no pude dilucidar por culpa de su inglés, el mío o por mi falta de conocimiento de la problemática geopolítica internacional. No se me podía pedir mucho más. Rondaba los veinte añitos.

Ahora, Barcelona no tiene nada que envidiar a Londres. Manifestarse ya no tiene nada de especial. Incluso, Barcelona dio ejemplo al mundo de capacidad de movilización el 15 de febrero de 2003. La Guardia Urbana calculó en 1,3 millones las personas que participaron en la concentración contra el ataque a Irak decidido y encabezado por los Estados Unidos gobernados por George Bush. Una de las pocas veces que la palabra 'Barcelona' ha salido de la boca de Bush fue para afirmar que su política bélica en Irak no dependía del número de manifestantes que estuvieran en su contra en nuestra ciudad. Dicho y hecho. La guerra en Irak fue una realidad a pesar de la protesta impresionante realizada ese día.

A lo largo de mi vida en democracia he visto pequeñas y grandes manifestaciones en Barcelona. Entre las más numerosas hay que contabilizar la de la Diada de 1977 (se habló de un millón de asistentes), las demostraciones de fuerza del independentismo de los últimos 11 de septiembre o de la indignación vinculada al 15M. Entre las pequeñas hay de todo. La plaza de Sant Jaume es un centro de encuentro de expresiones públicas de desacuerdo de todo tipo. Es nuestro 'speakers' corner' particular.

Este sábado, la campaña Casa Nostra Casa Vostra’ nos convoca a una manifestación, que pretende convertirse en la protesta más multitudinaria que se haga en el continente europeo para exigir una acogida digna a los refugiados y migrantes que llegan a él. '¡Basta de excusas. Acojamos ahora! es el lema de esta concentración en la que hay que estar. Sí o sí. La cuestión es, sin embargo, si estas manifestaciones -grandes y pequeñas- permiten avanzar en el logro de lo que reivindican.

Bush no nos hizo el menor caso ni a los barceloneses ni a los millones de ciudadanos que salieron a la calle contra la guerra en Irak. Los participantes en las concentraciones diversas en la plaza de Sant Jaume saben que muy probablemente no conseguirán lo que reclaman pero van por convicción moral, rabia, solidaridad y afán de justicia.

Algunas protestas las han iniciado unos cuantos activistas y han acabado siendo masivas. Decenas de personas, cientos como mucho, se han concentrado a menudo, durante los últimos meses, en la entrada de la delegación en Barcelona de la Comisión Europea y el Parlamento Europeo para protestar por el trato deshumanizado que se da a los cientos de miles de refugiados que llaman a las puertas de nuestros países desde hace un par de años. Quizás este sábado seamos cientos de miles también los manifestantes.

Dicen que la movilización posterior a los atentados en la estación madrileña de Atocha y las mentiras del gobierno de José María Aznar fueron cruciales para la derrota del PP en las elecciones generales que se hicieron tres días después, el 14 de marzo de 2004.

Quizás una Barcelona a rebosar de ciudadanos clamando por una Europa que trate a los refugiados como personas y no como un peligro o una molestia haga cambiar la actitud de quienes la gobiernan. De ilusiones también se vive, dicen. Sin ilusión la vida no tiene sentido.