Hace ya demasiados años que el independentismo es el único movimiento capaz de marcar la agenda política en nuestra tierra. Permitir que sean ellos quienes marquen de forma sistemática los debates en nuestra ciudad es un problema evidente de coste de oportunidad. Se desperdician esfuerzos una y otra vez en cosas que son inútiles. El separatismo solo tiene una cosa en su agenda: la secesión, y todos los pasos que dan van encaminados en esa dirección. No hay un solo debate que inicien que no sea con la intención de erosionar a España o a sus instituciones. Ni una sola exigencia a la Generalitat que ellos regentan. Las exigencias son siempre para con el Gobierno de España, y eso que la gestión de la Generalitat deja muchísimo que desear.

En el Ayuntamiento de Barcelona, a diferencia del Parlament, las iniciativas secesionistas no pueden salir adelante con la fuerza del separatismo en exclusiva. Por desgracia, algunos que se declaran no independentistas acaban permitiéndoles sacar adelante reclamaciones y proposiciones que tienen como único objetivo erosionar al estado en el que paradójicamente gobiernan.

Esquerra Republicana y Junts per Cataluña han propuesto un pleno extraordinario para el próximo 27 de agosto con el objetivo de “debatir” sobre la monarquía española. Reclaman retirar la medalla de oro de la ciudad y los títulos honoríficos y reconocimientos del rey emérito Juan Carlos I. La realidad es que a día de hoy todavía hay mucho que dilucidar sobre las supuestas acciones del rey emérito, pero quizá sería buen momento para que solicitaran también retirar la medalla que ostenta el racista Heribert Barrera, expresidente de ERC que afirmaba que “hay una distribución genética de la población catalana que estadísticamente es diferente a la población negra subsahariana” o que “en América, los negros tienen un coeficiente inferior al de los blancos” y que “se debería esterilizar a los débiles mentales de origen genético”.

La diferencia entre Barrera y Juan Carlos I es sencilla. Barrera consideraba que “antes hay que salvar a Cataluña que a la democracia”. Con ese orden de prioridades todo lo demás es secundario. Barrera según la actual dirección de ERC era una persona “comprometida con la lucha por la República Catalana y los derechos y libertades de Cataluña” por lo que imagino, eso le hace inmune a cualquier tipo de reprobación. Para colmo, según Oriol Junqueras Barrera era “una mente privilegiada”, un “faro” y un “ejemplo a seguir”. Desgraciadamente en Barcelona las reprobaciones no son para todos. Son solo para aquellos que tienen algo que ver con el supuesto estado opresor.

Según los partidos secesionistas el pleno debe servir también para constatar que la monarquía española es sucesora del régimen franquista. Y es que para el secesionismo todo es fascismo. Poco importa la transición. Poco importa el papel que jugara la monarquía en el cambio de régimen. Aquí todo lo que huela a España es sinónimo de fascismo. Y si la monarquía parece ser garante de la unidad de España hay que acabar con ella. Y si hay que olvidar un periodo de la historia no importa. Porque aquí la verdad es relativa. En Cataluña la verdad no importa. Lo único importante es que el relato quede lo suficientemente bien para conseguir los objetivos de unos y otros, y si hay que faltar a la verdad, se falta. 

La realidad es que en este debate poco importa el debate de fondo entre monárquicos y republicanos. Este debate solo tiene como objetivo erosionar a las instituciones españolas para facilitar los objetivos secesionistas. Da igual el modelo de estado propuesto por unos o por otros.

En estos momentos parece que se ha dado la tormenta perfecta. En política desgraciadamente cada día nos tienen más acostumbrados a aquello de tapar una noticia con otra más estridente. Si a Podemos le imputan por financiación ilegal la respuesta no puede ser dar explicaciones, tiene que ser un ataque. Da igual a quien. Lo importante es distraer la atención del ciudadano encontrando a alguien que haya hecho algo aparentemente peor. Esta huida hacia adelante por parte de Podemos junto a las supuestas actuaciones del rey emérito pone en la diana a la jefatura del estado, y eso es siempre hábilmente aprovechado por el separatismo, que ve en esta ofensiva la oportunidad de poner en jaque al Estado y la oportunidad de abrir el soñado proceso de reforma de la Constitución. Reforma de la que esperan arañar la posibilidad de independizarse de la pérfida España.

Como bien dice un buen amigo mío, el problema a día de hoy no es que se cambie el sistema monárquico en España. El problema es llegar a consensos amplios en un momento en el que la fragmentación y la polarización lo hacen prácticamente imposible. Abrir el melón de la reforma de la Constitución en estos momentos solo favorece a quienes quieren romperla. Por eso mismo es una vergüenza que partidos de ámbito nacional cedan a las pulsiones separatistas y pongan en jaque, ni que sea por un momento, el sistema político actual. Confunden el debate. Atacar hoy a la monarquía no implica otra cosa que estar en contra del gran pacto que llevó a España a la etapa más exitosa de su historia.

Es muy mala noticia que el gobierno de la ciudad ponga el Consistorio al servicio de unos intereses partidistas que nada tienen que ver con los intereses de los ciudadanos. No debemos entrar en un juego que tan solo pretende acabar con los cimientos del sistema democrático del que también deriva la estructura municipal. Conviene cerrar filas entorno a la Constitución, y no solo en Madrid. También en Barcelona