Estas navidades serán atípicas. Son fechas señaladas en las que todos anhelamos algo de normalidad. Ya nos han avanzado que la normalidad en las reuniones familiares no la encontraremos. Molesta, pero tiene sentido. Sin embargo, el gobierno de nuestra ciudad sabiendo que buscábamos algo de normalidad ha decidido hacer que la recuperemos en un aspecto. El gasto innecesario que lleva a cabo el Ayuntamiento de Barcelona siempre en estas fechas y el esperpento propio de quien no se atreve a tomar decisiones coherentes con su ideología.

El gobierno de nuestra ciudad se ha caracterizado, desde la llegada de Ada Colau a la Alcaldía, por su impertinente manera de comprender y festejar la Navidad. Este año no ha sido una excepción y pese a que la pandemia ha impedido a la entente de Barcelona en Comú y PSC organizar un poltergeist navideño a gran escala en medio de la Plaza Sant Jaume sí han encontrado la oportunidad en el museo municipal Frederic Marès de realizar un supuesto belén tradicional en el que se ve a la virgen María dando a luz, imaginamos, tras una larga travesía en cayuco.

Yo entiendo perfectamente el debate que se abre sobre si una administración pública debe o no engalanar la ciudad con motivos religiosos o debe, simplemente, ponerse de perfil al no tener la más mínima obligación de celebrar fiestas religiosas. Eso lo entiendo. Lo que no entiendo es lo de hacer estupideces como las de años anteriores o la de este mismo, tratando de mezclarlo todo. O se hace un Belén o no se hace, pero hacer uno tratando de modernizarlo o disimularlo es una memez.

Llegué a pensar que este año, con la que estaba cayendo, el gobierno municipal no iba a hacer el ridículo otra vez con el mismo tema. Que esta vez no íbamos a tener que molestarnos por los gastos exagerados en supuestos elementos artísticos que acababan por parecer todo menos arte, pero me equivoqué. En realidad no me sorprende. Con los precedentes era pecar de ingenuo creer que no nos iban a sorprender también este año.

En 2018 nos deslumbraron con un “pesebre” formado por sillas y mesas por el módico precio de más de 100.000 euros. En 2019 volvimos a gastar unos 100.000 euros por un enorme agregado de cajas de madera, apiladas una sobre la otra, más propio de una mudanza que de una fiesta navideña.

Este año, en plena pandemia, imagino que el Ayuntamiento debía contar con algo de calderilla que no sabía en qué gastar y ha considerado pertinente invertir 338.000 euros en colocar seis piedras en medio de la ciudad. El regidor Jordi Rabassa (Regidor de Ciutat Vella y de “memoria democrática”) se ha calentado en las redes al ver la crítica que muchos han hecho del despilfarro evidente diciendo que se trata de “el memorial de la Cárcel de Les Corts, epicentro de la represión del primer franquismo sobre las mujeres”. Afirma además que la crítica de muchos es fruto de su posicionamiento político porque preferimos el silencio y reivindicamos la historia fabricada por los vencedores. Esta dosis de demagogia barata es insoportable. Es decir, que si te atreves a quejarte por el hecho de que se hayan gastado más de 338.000 euros en seis piedras es porque eres una especie de nostálgico del franquismo. Es insoportable.

Llegados a este punto cabe preguntarse cómo y por qué se gasta el dinero público en medio de esta grave epidemia. A mediados de noviembre conocíamos la existencia de un taller para “reforzar la autoestima entre adolescentes” cuya práctica consistía en practicar el perreo y bailar canciones que, a ojos del discurso que impregna este gobierno municipal, merecerían el calificativo de machistas. 

Con franqueza, los ciudadanos de Barcelona nos merecemos algo mejor. Mientras los políticos se llenan la boca hablando de “los presupuestos más sociales de la historia”, nos embarran en un lodazal de deuda, y los empresarios y trabajadores sufren su dejadez de funciones.

Los negocios echan el cierre, los trabajadores pasan al paro (si es que consiguen cita en el SEPE), otros están en ERTE y muchos ni lo han cobrado todavía pero, pese a esta situación dramática, el gobierno de la ciudad aún tiene tiempo de financiar absurdos y vaciar nuestras arcas.