Después de cien días de confinamiento, el centro LGTBI de Barcelona reabre puertas con cita previa y mascarilla. No obstante, durante tan largo y forzado encierro, esta entidad municipal no ha cesado de trabajar ni de día ni de noche. Lo prueba que han recibido 226 consultas sobre trabajos académicos y diversidad sexual, afectiva y de género. Es decir, 2,26 correos electrónicos cada día. También han atendido 50 casos que necesitaban sus servicios, dos de ellos sobre asuntos homofóbicos. Esto supone 0,50 consultas telemáticas y 0,02 atentados homofóbicos diarios. Además, han organizado 17 actividades telemáticas, lo que equivale a 0,17 cada jornada. En resumen y en total, han realizado 2,95 faenas cibernéticas diarias. Todo ello indica la ingente y urgente necesidad que Barcelona tiene y siente de asuntos LGTBI.

El Centro Municipal de Recursos LGTBI fue la joya de la pulsera tobillera del primer año de mandato de Ada Colau. Antes incluso de que se vanagloriase de ser bisexual, sin que a nadie le importe ni interese cómo resuelva sus pulsiones. Porque lo importante es cómo gestiona Barcelona y sus desastres colaterales en el Área Metropolitana. La niña de los ojos de la alcaldesa es un edificio de dos plantas en el Eixample con más de 1.200 metros cuadrados a disposición de estos colectivos. Y fue presentado como “un equipamiento público de información y asesoramiento a todos los ciudadanos y entidades”. Era y es desde entonces el modelo comunero textualmente: “comprometido con la lucha contra la violencia machista, la lesbofobia, la bifobia, la homofobia y la transfobia”. Como consecuencia, la Concejalía de Feminismos, Lesbianas, Gais, Transexuales, Bisexuales e Intersexuales es la de más nombres y palabros más nuevos y largos de la historia de una Barcelona que Colau proclama oficialmente feminista y anti-machista. Lo admirable es que durante tres meses de soledad y sexualidad encerradas en casas y en armarios, quienes viven y chupan de tal ente no hayan pegado ni tres sellos cibernéticos cada día.

Lo muy sugerente de esta historia no es el presupuesto de erario público que se desbarata en ella, sino el cúmulo de hambres y miserias sexuales reprimidas que se detecta en la web de la entidad y en la de su correspondiente concejalía. Porque resulta ser que ambas máquinas de devorar dinero de toda la ciudadanía despliegan, textualmente, asuntos de interés universal como: “amor líquido, amor romántico, androcentrismo, empoderamiento, acoso sexual, ciber-acoso, cosificación del cuerpo femenino, cultura de la violación, eco-feminismo, manspreading, falo-centrismo, gordo-fobia, manterruption, micro-violencias machistas, misandria, pedantería masculina, puto-fobia, sexting, trabajadora rosa…”

Es una oferta asombrosamente parecida a aquellas sombras de Grey, de Colau, de sus asesoras y amistades bien pagadas y colocadas a dedo. Lástima que tanto esfuerzo, talento, ciencia y mentes calenturientas sumadas no merezcan ni tres consultas ciudadanas cada día. Así que sale más cara que cualquier línea telefónica erótica privada sin ínfulas doctrinarias, grotescas ni empoderadas. El propio balance de resultados LGTBI lo dice casi todo. Sin transparencias económicas y con financiación cuestionable que amagan con variadas picardías.