Tenía escrita una columna ligera, alejada de las noticias de rabiosa actualidad, para refrescar un poco los ánimos, que conviene. Pensaba preguntar qué nos habían dejado los Reyes Magos, pero entonces me han llegado noticias del país de Santa Claus y se me ha ido el alma a los pies. Aprovechando los resquicios del sistema y echando mano del nacionalismo y el populismo, un chiflado peligroso ha enaltecido a un grupo de chiflados y ha estado bien a punto de provocar una catástrofe. Ya sabrán de quién hablo, ¿no? Está en boca de todos. Por eso, y perdonen ustedes, la crónica de los regalos de los Reyes Magos pasa a la reserva y me obligo a lanzar algunas reflexiones sobre el caso, a vuelapluma.

Tengo un amigo muy metido en los asuntos de la política norteamericana que presume ser de izquierdas. Cuando Trump se presentó a las elecciones, dijo que ojalá ganara, para dar una lección a los demócratas. Según él, cuando habían conseguido el poder, habían traicionado (ésa fue la palabra que utilizó) a sus votantes y habían proseguido con políticas económicas que sostenían las desigualdades e injusticias sociales. En esto último, no le faltaban razones; en lo demás, votar a un imbécil es votar a un imbécil, llueva o haga sol.

No hace mucho, pude hablar con él. No tardó ni un minuto en darme la razón y admitir que se había equivocado, completamente. No había imaginado que la estupidez pudiera ser tan peligrosa, pero siempre lo es. Convendría dar un repaso al ensayo humorístico Allegro, ma non troppo, de Carlo Maria Cipolla, donde habla de las leyes de la estupidez humana. La perspectiva que abre esa humorada tiene más enjundia que todos los ensayos sobre política de muchos otros autores que cuentan con mucho prestigio y muchas páginas llenas de bla bla bla, a los que se menciona con inusitada alegría y desconocimiento.

Aquí no vivimos ajenos a tales peligros. Hoy toman la forma un tanto difusa, para la que todavía no existe una palabra justa, de una mezcla entre la mecánica del populismo y el nacionalismo como ideología, que adquiere formas y expresiones propias de la época de las redes sociales y la cultura de la inmediatez. Durante generaciones, hemos alimentado una forma de vida que pone en lo más alto la satisfacción inmediata y el sentimentalismo por encima del bien común, la razón y la ilustración. Si leen los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, la obra más importante de Maquiavelo, verán que la cuestión ya estuvo sobre la mesa en el siglo XVI, pero también en la Atenas de Pericles o en la Roma republicana. Vamos, que el problema nuevo, lo que se dice nuevo, no es.

Uno contempla el nacimiento del fenómeno cuando la Crisis del Petróleo y siguientes, de 1973 en adelante, que dan cuerda al neoliberalismo mientras la socialdemocracia de toda la vida se hunde en la perplejidad. En las democracias occidentales, el poder se repartía entre una derecha conservadora y una izquierda moderada, que se alternaban en el poder. En aquel entonces, al menos en Europa, el Estado del Bienestar no estaba en peligro tanto si ganaban unos como si ganaban los otros. Pero Thatcher, Reagan y lo que vino después y hasta ahora, pusieron fin a este acuerdo. La izquierda no supo reaccionar o no acertó con la respuesta. La consecuencia es un débil Estado del Bienestar y una creciente desigualdad social, una desmembración de la comunidad política, el terreno abonado para un Brexit, un Procés, un Trump, un auge de la extrema derecha o una nueva izquierda ineficaz, pero muy guay, que pretende emular al peronismo.

En casa no somos ajenos a este destrozo, con el agravante de llevarlo a cabo bajo el paraguas patriótico del 3% y la aquiescencia de todos los que pudieron denunciarlo y no lo hicieron. Comenzó cuando un mafioso se asomó al balcón en la plaza de Sant Jaume para decir que "a partir de ahora, de ética y de moral hablaremos nosotros", y hoy corren dos millones de personas por casa convencidas de poseer la única y verdadera fe, sin cuestionarla. Dieron por bueno el atropello parlamentario de septiembre de 2017 y aplaudieron las barricadas de octubre de 2019, al tiempo que hicieron posible un recorte del presupuesto en la sanidad pública del 27% en diez años, por ejemplo. Gracias a ellos, la evidente ineptitud de sus líderes y una maquinaria que no funciona es, por arte de magia y birlibirloque, culpa de Madrid, no vaya a ser nuestra.