La ultraderecha catalana continua fiel a la historia de sus antepasados. Queman ahora retratos de Felipe VI como sus predecesores y guías espirituales pegaron fuego a la figura de Juan Carlos I en el Museo de Cera de Barcelona, en las partes bajas de la Rambla. Ocurrió en febrero de 1982, cuando un llamado Frente de la Juventud se solidarizó con el golpe de estado de Tejero y los militares procesados por rebelión. Los ultraderechistas de entonces quemaron la figura del monarca en el Museo de Cera y lanzaron un cóctel molotov contra la sede de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC). Sus retoños incendian fotografías del actual jefe Borbón.

En aquella difamada transición, la Audiencia Nacional absolvió del delito de injurias al jefe del Estado a los jóvenes ultras que asaron la figura del monarca. Uno de ellos fue condenado a un año de prisión por delito de incendio y a pagar 225.000 pesetas al Museo de Cera de Barcelona en concepto de daños y perjuicios. A su manada le tocó abonar cien mil pesetas de multa. Y a otro trece mil pesetas a la CDC de Jordi Pujol. Otros camaradas, con más apellidos catalanes que foráneos, fueron absueltos del delito de estragos. Una señorita que participó en los hechos salió libre y gratis. Todos sus nombres y apellidos constan en páginas de las hemerotecas. Con sus penas cumplidas, ya no toca detallarlos gracias a la ley de protección de datos. Y porque quizá sus descendientes montan ahora guillotinas con cabezas de cerdo en la capital y aldeas de Cataluña.

Si entonces fue el Frente de la Juventud, ahora son los marranos de Arran que queman contenedores, atentan contra medios de comunicación, sedes de partidos y violan el derecho de libre circulación en la Meridiana. Así es que la historia se parece demasiado para creer en casualidades. Porque, puestos a defender golpes de estado, a presos condenados por sedición y a inventar conspiraciones de cloacas estatales, ¿quiénes y con qué finalidades han robado una documentación clave del proyecto de renovación del Museo de Cera? ¿Guardan alguna relación con los okupas y el narcopiso que infiltraron en una de sus propiedades? ¿Tendrán algo que ver la primera autoridad barcelonesa y sus comadres del frente feminoide porque el museo es privado y hay figuras históricas que les desagradan?  

 La cuestión es que la alcaldesa no acude a representar la histórica hospitalidad de Barcelona ante un jefe de Estado. La contrapartida es que, entre los privilegios de ser monarca, hay un lujo y placer que no pueden permitirse millones de personas plebeyas de Barcelona y Área Metropolitana. Es el de no ver a Colau en persona, ni en televisión ni en pintura. Y jamás en el Museo de Cera, porque su envidia es mala, acomplejada, resentida y fóbica contra grandes personajes que en el mundo han sido y allí figuran. Con una Ada cerúlea de verruga nariguda, cualquier museo de los horrores barceloneses sería más espantosamente anti-ultra-derechista. Según ella dice y engaña.