Cuando la consejera de Salud de la Generalitat apela a que la población debe interiorizar la necesidad de prevenir el coronavirus con medidas voluntarias (higiene, distancia y mascarillas) es difícil distinguir qué parte de ese buenismo responde a la pura ingenuidad y qué parte al deseo de marcar distancias con España, un país, ya sabemos tan propenso a dictar órdenes y a prohibir a la gente que sea libre.

Poco importa que hace dos meses fuera la propia Alba Vergés la que repetía a diestro y siniestro la consigna de Quim Torra de que el Gobierno central debía aplicar el confinamiento total del país (incluida Cataluña). Ahora lo que toca es aplicar las herramientas más clásicas del nacionalismo para marcar la diferencias, el supremacismo.

Vergés insistió en su mensaje superdemocrático mientras visitaba el viernes un hospital de Lleida, donde se ha producido un rebrote cuyo origen podría estar en una fiesta. La gente joven que propaga el virus es asintomática, algo que provoca un exceso de confianza en quien porta la infección precisamente porque lo ignora. El mensaje que se le debe enviar no es que se puede hacer de todo, pero poco a poco: hay cosas que no se deberían hacer todavía.

El colmo de esa barbaridad era la idea, luego corregida, de que deben ser los propios ciudadanos quienes abandonen los lugares, como restaurantes o tiendas, si ven que hay demasiada gente. Afortunadamente, la mayor parte de los ciudadanos son más sensatos que la consellera y mantienen limitado el aforo de sus locales.

“Cuando entramos en normas y restricciones la realidad nos acaba desbordando", es su gran argumento. "Es un cambio de concepto total, que nosotros reclamábamos desde hace días" dijo al ser derogado el estado de alarma en referencia al Gobierno español, claro está.

El concepto es el de Suecia y el de Alemania, donde el virus está ahora de escalada, pero da igual: antes sueco infectado que español sano, por supuesto. Ni en un asunto como éste pueden aparcar el talibanismo. Y el resultado es que este último fin de semana de junio basta con ir por los pueblos del interior de Cataluña para comprobar que la gente no lleva mascarilla más que en los espacios cerrados; o visitar una población de la Costa Brava y ver que en la calle solo los turistas franceses llevan protectores.

Para acabar de tenerlo claro solo hay que mirar la información diaria del Departamento de Salud sobre la evolución del coronavirus en Cataluña. Ayer sábado informó de que desde el inicio de la pandemia se han producido 71.220 casos, un dato que no sirve absolutamente de nada si no vas al comunicado del día anterior. Entonces te enteras de que el sábado hubo 193 nuevos contagios contrastados con pruebas. También comunicó que hasta ahora ha habido 4.144 ingresos hospitalarios de personas en estado grave afectadas por el Covid-19, pero no dice cuántos se han producido en las últimas 24 horas, ni si son más o menos que la víspera.

Vergés lo hace así porque le han dicho que la inmensa mayoría de los medios de comunicación se limitan a reproducir la cifra inútil que ellos suministran, sin tomarse la molestia de mirar el comunicado del día anterior, hacer una simple resta y titular con algo parecido a una noticia. Y no hablemos ya de los fallecimientos. Eso se llama desinformar.

Todo es propaganda e impostura, aunque sea a costa de jugar con la salud de sus compatriotas. Poco importa que Suecia haya admitido que se equivocó con su política de relajamiento o que Alemania registrase ayer 687 nuevos casos en las últimas 24 horas, y 477 de viernes a sábado. O que a Portugal le haya abandonado la suerte y sea ya el segundo país con la ratio más alta de nuevos contagios por 100.000 habitantes de la Unión Europea, superado únicamente por Suecia.

Solo unos políticos tan gravemente acomplejados como los nacionalistas que nos desgobiernan pueden emular aquel viejo y lamentable eslogan para hacerlo suyo: ¡Catalonia is different!