Todos hemos oído hablar del famoso gato de Schrödinger, ese bicho cuántico que puede estar vivo y muerto a la vez. De la que nada sabíamos era de la suegra de Schrödinger, una mujer que a veces está viva, a veces está muerta, a veces tiene una edad y a veces tiene otra y a veces vive en España y a veces vive en Holanda. Se trata de la madre política de Silvia Casorrán, cerebro privilegiado de los comunes (y corrientes) que ejerce, al mismo tiempo, de consejera de distrito en Sant Martí y de asesora de Ada Colau en cuestiones de movilidad (esa mujer lleva a Schrödinger en el corazón). La señora Casorrán, que es de natural boquirroto, ya se había hecho notar por unas bromas en Twitter sobre un accidente de tráfico que acabó fatal o por calificar de “inútiles” y de “palurdos” a quienes se oponían a la Zona de Bajas Emisiones. Devota de la bicicleta y hostil con el coche, Casorrán también es muy de superilles, invento que ha encontrado cierta resistencia entre quienes las sufren, que también deben de ser un hatajo de inútiles y de palurdos a los que les falta la visión de futuro de nuestra experta en movilidad, sin duda alguna.

Silvia Casorrán acaba de obtener sus 15 minutos de fama –los que le tocaban a todo ser humano, según Andy Warhol- gracias a una serie de tuits protagonizados por su suegra que han generado una notable hilaridad en las redes sociales, algo que yo, personalmente, agradezco, ya que, con la poca gracia que suelen tener los comunes, el humorismo de alguno de ellos –aunque involuntario, como en el caso que nos ocupa- resulta muy bienvenido. Y así llegamos a la suegra de Schrödinger.

Según los tuits de la nuera, la buena señora tenía en 2018 80 años, pero se desplazaba en bicicleta; en 2020, la provecta ciclista ya no lo era y, además, había aparcado la bici, ya que, a sus 72 años, estaba operada de ambas rodillas. Hace unos días descubrimos que la suegra en cuestión, de edad no precisada y residente en Holanda, había pasado por Barcelona, encontrándola muy limpia, más que cualquier ciudad de los Países Bajos (para mí que la vieja está un poco cegata, ya que tenemos Barcelona hecha unos zorros). Como era de prever, la suegra de edad tan variable como su ciudad de residencia generó un notorio pitorreo en las redes, pero la señora Casorrán reaccionó rápidamente y en modo sostenella y no enmendalla: según ella, cuenta con una suegra de verdad y una adoptiva, aunque no especificó cuál era cada una, si la de 80 años o la de 72, si la ciclista o la de las rodillas cascadas (parece que una de las dos está muerta, pero tampoco sabemos cuál).

En la historia de la picaresca española, recurrir a la familia para inventarse coartadas o no ir a trabajar son iniciativas clásicas. Creo recordar que el inefable Manuel Vázquez, creador de Las Hermanas Gilda o de Anacleto, agente secreto, llegó a matar a su padre cinco o seis veces para justificar, a causa de su asistencia al supuesto entierro, los retrasos en la entrega de sus cómics o los sablazos a los que tan dado era el hombre. Pero lo de Vázquez tenía una lógica: él mataba a su progenitor para disimular su vagancia o sacar el sable aduciendo que no le llegaba para el funeral. Lo de Silvia Casorrán, por el contrario, no se entiende muy bien. ¿En qué le beneficia esa suegra de entre 72 y 80 años y que va en bicicleta por Barcelona, aunque tenga las rodillas hechas polvo y viva en una población indeterminada de los Países Bajos o haya pasado a mejor vida? Si se trata de convertir al gato de Schrödinger en un ser humano, que se pronuncie la comunidad científica. Los que no formamos parte de ella albergamos serias dudas sobre el equilibrio mental de una mujer que quiere controlar la movilidad en nuestra ciudad, pero no se aclara ni con su suegra.