Dice el refrán catalán que qui no té feina el gat pentina. La versión procesista del asunto sería, qui no té feina talla la Meridiana. Vamos para dos meses de cortes diarios en esa arteria barcelonesa sin que los Mossos d'Esquadra hagan entender a porrazos a los protestones que cortar calles es una cosa muy fea que no debe hacerse. Si cortaran la Meridiana los pacientes en lista de espera, ya los habrían molido a palos entre aplausos del síndic de greuges, pues habría detectado entre la masa a peligrosos españoles venidos a Cataluña para disfrutar de nuestra magnífica sanidad, ésa que encabeza la lista nacional de larguísimas listas de espera para operarse. Pero como son patriotas de piedra picada, pues nada, a tocar las narices cada tarde a quienes pretendan utilizar la Meridiana para llegar a su destino (seguro que muchos de esos conductores, por no decir todos, son unos miserables unionistas).

Hace falta mucha moral para plantarse en una calle de Barcelona y cortarla por la patilla. Lo de tocar la cacerola es un coñazo, pero puedo entenderlo porque todo se reduce a salir al balcón a hacer ruido, un ruido fácilmente neutralizable por los berridos de los turistas: ya sabemos que a Barcelona se viene, básicamente, a gritar. Lo de la Meridiana me supera. Hace falta mucha disciplina para ir cada tarde a dar la chapa y molestar. Supongo que se trata de una instrucción del Tsunami Democràtic. Puedo imaginar a los manifestantes diciéndose unos a otros Ho ha dit el Tsunami, como aquellas amas de casa de antaño que, para dotarse de fundamento con respecto a alguna idea, generalmente peregrina, clamaban ¡Lo ha dicho la tele!

Una tarde, como el que visita el zoológico de su ciudad, me acerqué a ver a los patriotas de la Meridiana y pude comprobar que abundan los miembros de la tercera edad, que no tienen nada mejor que hacer ni a esa hora ni a ninguna otra. El prusés ha traído esperanza a los carcamales barceloneses, que antes debían conformarse con la petanca, el dominó y la supervisión de obras públicas. Con un pie en la tumba, les ha caído encima una causa. Tuvieron una, el franquismo, durante cuarenta años, pero entonces no chistaron porque la cosa iba en serio y se podía acabar en el trullo. Llegada la democracia, ¡bienvenida sea la oportunidad de incordiar a los vecinos! Por Cataluña, claro.

Y ahí están cada día en mayor o menor número. Puede que hayan nacido amistades. Y hasta historias de amor, como esas que se dan en los geriátricos y que a veces acaban con el asesinato de un chaval de 83 años a manos de otro de 90 por el amor de una doncella de 88. Lo que hacen no sirve para nada, como lo de la cacerola, pero ellos se sienten muy orgullosos de atender a su manera la llamada de la patria. Y cualquiera les pone la mano (o la porra) encima: la que liaría Rafael Ribó, caso de no estar de viaje con su novia-secretaria a cargo del erario público (no es grave: cuenta con 22 cantamañanas más en su equipo).

Ya puestos, podríamos convertir a los cansinos de la Meridiana en una atracción turística. En Nueva York tenían a The naked cowboy, un tipo que cantaba y tocaba la guitarra en Times Square ataviado exclusivamente con unas botas de vaquero, un sombrero tejano y unos calzoncillos blancos. Era más vistoso que nuestros jubilators, no lo negaré, y las turistas apreciaban su considerable paquete, pero, como dice el refrán, estos bueyes tenemos, con estos bueyes aramos. Eso sí, nada de alimentarlos. Como en el zoo.