La Diada que desde 2012 organiza el mundo independentista cada 11 de septiembre ha sido hasta ahora una demostración de poderío y también el escaparate del trabajo que la Assemblea Nacional Catalana (ANC) hace a lo largo de año; una labor que, a diferencia de las manifestaciones callejeras y las performances, requiere discreción y poco ruido. Es como un caballo de Troya.

El principal éxito que ha conseguido hasta ahora en este terreno es la presidencia de la Cámara de Comercio de Barcelona, un cargo que ocupa Joan Canadell. No solamente maneja un presupuesto anual de 23,5 millones de euros, sino que tiene una enorme presencia institucional (ver aquí los organismos donde tiene silla asegurada) sobre todo en Barcelona, pero también en la provincia, en toda Cataluña e incluso en organismos nacionales.

Esas poltronas son especialmente importantes en lugares como Turisme de Barcelona, Fira y Port por el peso de su participación, aunque tampoco se pueden ignorar las que disfruta en otras como el patronato de la Fundación Bancaria la Caixa, propietaria del banco y de Criteria, pese a que la Cámara no es determinante en la toma de decisiones.

Cuando Elisenda Paluzie rechaza públicamente la fusión de Caixabank y Bankia y alude a las participaciones preferentes todo el mundo sabe a quién da instrucciones y en qué sentido: a los representantes de la cámara en la fundación para que traten de poner palos en las ruedas.

Si Marian Muro, directora de Turisme Barcelona, establece como objetivo de la recuperación turística de la ciudad que las visitas del resto de España pasen de suponer el 16% al 25% del total choca con lo que representa y hace Canadell, uno de los tres patronos del consorcio turístico público-privado, que se pasa el día denostando a España como Estado y como país.

El viernes pasado, la ANC apuntó a organismos como Hacienda, la Seguridad Social y las universidades unionistas, pero hizo mucho más porque también se ocupó de dar trabajo y visibilidad especialmente en pequeñas poblaciones a la Confederación Sindical Catalana (CSC), la Intersindical independentista.

Se trata de un sindicato muy minoritario que empieza a tomar cuerpo en la función pública, como no podía ser menos dado el apoyo que le presta la Administración catalana. Carles Sastre, condenado por su participación en los asesinatos de Josep Maria Bultó y Joaquim Viola, fue su máximo dirigente desde 2013 hasta julio pasado. El viernes se dejó ver en el acto de la ANC de Lleida. 

La ANC quiere contar con su propio sindicato, como ya tiene la Cámara de Comercio de Barcelona, una institución que con la inestimable ayuda de Quim Torra también se dispone a invadir el terreno de las patronales.

El nacionalismo catalán está acostumbrado al quietismo de quienes él mismo considera sus enemigos. De hecho, esa falta de reacción explica en parte el disparate que se ha producido en Cataluña en los últimos años.

Ahora mismo, cuando la ANC trata de construir un sindicato para contrarrestar a los llamados de clase, Camil Ros, el secretario de general de UGT Cataluña, participa en la ofrenda a Rafael Casanovas bailándole el agua a quienes le mueven la silla con trampas. Y las patronales catalanas, en lugar de dirigirse al presidente de la Generalitat para conminarle públicamente a que respete la legalidad vigente se dedican a responder a Canadell vía Twitter. La exconsejera de Empresa Carme Chacón ha apostado por la causa más que las propias patronales; una apuesta que, por cierto, le costó el cargo.