Lo primero que hicieron los chinos cuando descubrieron el capitalismo fue tirar sus obligadas y odiadas bicicletas a la basura, comprarse motos y coches y dedicarse a ser más potencia económica mundial. Como fingida comunista de quincalla y desecho que es, lo primero que hizo Ada Colau al ocupar el Ayuntamiento fue deificar la bicicleta, convertirla en sudoroso objeto de deseo ecológico y consagrarla como martirio de motos, coches y peatones. Pero ahora resulta que Barcelona pagará 900.000 euros en taxis para altos cargos municipales. Además, la flotilla al servicio de la alcaldesa, que prometió que se movería en metro, suma dieciocho vehículos que cuestan más de otro millón de euros.

Su novísimo coche oficial es un potente monovolumen híbrido de cinco metros de largo, tapicería y asientos de piel, con ordenadores a bordo, cristales de seguridad y diecisiete extras de alta gama. Entre ellos, un desfibrilador por si le da un soponcio o una hemorragia lacrimal cuando las clases populares la silban y abuchean. Además, tiene a su disposición otros dos coches medianos para los escoltas y once para concejales y altos cargos. Algo así como el sueño fálico de cualquier machote agresivo estilo James Bond. Con tales lujos revolucionarios, ayuda también a hundir en la miseria a los trabajadores y empresas de un sector que crea mucho empleo. Y hace feliz a su ya no amiga Janet Sanz, angelita exterminadora de la industria del motor. En cuanto a su otra concejala Lucía Martín, que a veces se deja ver por Sant Andreu en bicicleta para disimular, se ha quedado con su permanente mala cara, ahora tal vez por haber prosperado tanto desde que se subió al ascensor social de las podemitas descarriadas de las ideas que predicaban.

El pánico de Colau a las elecciones que se le avecinan hace que sus mentiras paranoicas y compulsivas se disparen hasta el punto de decir que su Ayuntamiento ha creado una comisión de patrimonio en Les Corts. Tan falsa es, que hasta las entidades afectadas niegan que exista. Y aunque se pilla antes a una mentirosa que a una comunera con una pierna discapacitada, la alcaldesa ha asegurado que la ciudad “no está en decadencia”, sino que “al contrario, tiene muchos motivos para el optimismo”. Sin inmutarse y con la petulancia propia de las nuevas ricas.

 Con la desfachatez de afirmar que su gobierno “trabaja para abordar las necesidades de la población”, cuando ya de lo único que se trata es de asegurarse a toda prisa una existencia lo más burguesa posible a costa de esa población. Para esconderse tras la tinta de calamar, promete un nuevo edén central en el Besós, e insinúa sin pruebas que la ampliación del aeropuerto es una conspiración inmobiliaria. Destaca también un invisible “liderazgo de Barcelona en transformación urbana y políticas sociales”. Aunque ya se sabe que su urbanismo lúgubre y todo lo que anuncia sólo son patrañas de esa vieja sarna ideológica que no cesa y se basa en que la plebe siempre pierde y las que mandan siempre ganan.