La muchachada de Junts per Cat se va quedando sin trabajo. Al menos sin trabajo serio, ahora que empiezan a darse cuenta de que la afirmación de un Mosso d’Esquadra (“la república no existe, idiota”) es más verdadera que los discursos de sus santones: Puigdemont, Torra, Junqueras y otros más. Así pues, han decidido buscarse otros menesteres absolutamente urgentes. Por ejemplo, un grupito (no más de la media docena - medio millón según TV3 - como los que son capaces de cortar una calle ante la desidia municipal) ha propuesto que la Gran Via de Carlos III pase a llamarse Ronda de Les Corts. Se supone que se trata de un proceso de catalanización del callejero, a la vez que ir eliminando las referencias monárquicas. 

Es extraño, sin embargo, que no hayan empezado por la calle de Ferran (traducción del nombre de Fernando VII), que honra a un rey absolutista y centralizador que se apoyó en el ejército francés para poner a raya cualquier atisbo de progresismo en España, Cataluña incluida. Comparado con Fernando VII, Carlos III fue un santo varón, relativamente ilustrado y promotor de no pocas reformas. Entre otras: un plan de carreteras para Cataluña, un proyecto para fomentar la educación y el intento de meter en vereda a las órdenes religiosas. 

No se trata de hacer un elogio de este rey, sino de resaltar, simplemente, el espíritu de tontería que impregna las acciones de los carlistas catalanes, que se rigen por un principio fundamental: hay que quejarse de cuantas más cosas mejor y echarle la culpa a alguien que no sea catalán (definición de la que ellos tienen la exclusiva). Después de todo, no hay nacionalismo que no sea victimista y exclusivista. Y el nacionalismo catalán está hecho de lamentaciones sin fin y lágrimas de cocodrilo y exclusiones sin cuento.

El nombre del distrito no es una traducción del castellano “cortes” (en ese caso hubiera gustado a esos catalanistas que tienen vocación de cortesanos) sino de las masías y cuadras que había en un territorio que fue parte del municipio de Sarrià hasta 1836 y se anexionó a Barcelona en el año 1897.

El caso es que Les Corts tiene en estos momentos una calle con ese nombre, casi al lado de Carlos III, además de una vía denominada, precisamente, Travessera de Les Corts. Es decir, que no se puede decir que no tenga ya reconocimiento en la zona. Para que nada falte, la denominación de “ronda” la tiene también, porque es uno de los tramos de la Ronda del Mig.

Estos barceloneses desocupados bien hubieran podido fijarse en otras vías de la ciudad que tienen nombres de gente cuyos méritos son mucho más dudosos. Sin ir más lejos, casi al lado de Carlos III está la calle de Joan Güell, al que varios historiadores atribuyen haber amasado la fortuna como traficante de esclavos. O, si se prefiere ir más lejos, se puede mirar hacia la plaza del Obispo Irurita, presunto mártir católico supuestamente fusilado por los anarquistas por adherirse a la sublevación franquista, aunque ni fue fusilado ni siquiera dio testimonio de su fe (que es lo que significa etimológicamente “mártir”), porque fue visto repetidamente años después de su hipotética muerte. Pero claro, los carlistas son poco dados a la verdad histórica y menos a meterse con una iglesia que los inspira y apoya desde los tiempos del cuplé.

Y puestos a buscar realezas extranjeras, ahí está la plaza de Gala Placidia, nacida en Constantinopla y cuya vinculación a Barcelona se debe más a la pieza que sobre ella escribió Guimerà que a hechos relacionados con su vida. Es cierto que pasó por la ciudad, pero nada indica que lo hiciera por voluntad propia y, en cuanto pudo, se largó a Roma. Pero claro, Gala Placidia fue víctima de godos, visigodos y hasta de los hunos, y sufrió humillaciones sin cuento y eso (ser víctima humillada) es algo que aprecia de veras un buen independentista. 

Así pues: leña al mono y también a Carlos III. Y luego a seguir llorando.