Hace unos días, en las páginas de La Vanguardia, Enric Juliana- que a veces acierta- ironizaba sobre Madrid y Barcelona diciendo que mientras en la capital se celebra la cumbre del clima y se intenta formar gobierno, aquí nos dedicamos a hablar del belén de la Colau. Ciertamente, el temita se ha convertido en un clásico de nuestra querida ciudad.

Cada Navidad, Ada nos planta en la plaza de Sant Jaume una birria seudo progre y seudo artística, y lo más reaccionario de Barcelona monta en cólera igual que el año anterior. A uno le gustaría poder defender la capacidad de innovación pesebrera del ayuntamiento frente a los burgueses inmovilistas, pero acaba dándoles la razón a estos, aunque no por los mismos motivos: el problema de Ada no es que quiera ofrecer un belén alternativo y progresista, sino que, dada su incomprensión y desinterés con respecto al arte contemporáneo, siempre acaba encargando su propuesta innovadora a algún artista de chichinabo que, además, le pega un palo considerable al contribuyente.

Lo peor del belén de este año no es que se trate de cuatro trastos viejos ideales para las hogueras de San Juan (o de los CDR), sino que lo que se ha hecho con esos cuatro trastos es de una banalidad asombrosa. Para empezar, teniendo en cuenta que estamos en una sociedad laica, ¿para qué se empeña un consistorio de izquierdas en mantener una tradición religiosa? Al carajo con el belén: eso sería mucho más digno que sustituir el tradicional por un quiero y no puedo conceptual que no satisface ni a ateos ni a meapilas ni a interesados en el arte contemporáneo. Por no hablar de los 97.000 euros que ha costado la obra maestra de este año.

Pero Ada no da más de sí. En el fondo, considera que esto del arte es una pijada para desocupados. De ahí lo del CAP del Raval que se instalará donde debería haber extendido sus tentáculos el MACBA. O la actitud reticente ante la posible delegación del Hermitage: ¿a quién le importa un estupendo edificio de Toyo Ito lleno de cuadros de una de las pinacotecas más respetables del mundo? A Ada no, es evidente. Ella cogería el edificio de Toyo Ito y lo convertiría en un equipamiento para el barrio o en la madre de todos los CAP. O, mejor aún, le encargaría las obras a una empresa de su amigo Jaume Roures, como va a hacer con un solar que tiene por ahí y que solucionará el problema de la vivienda en Barcelona acogiendo a un máximo de treinta familias.

Lo del Belén no va de religión. Va de analfabetismo artístico. Tenemos en esta ciudad un buen número de estupendos artistas conceptuales que podrían fabricar pesebres magníficos que molestarían igualmente a los biempensantes, pero darían relumbrón artístico a la ciudad. Pero lo más probable es que Ada no los conozca o que, en caso contrario, los considere unos escapistas, unos asociales o unos snobs. Así que seguiremos en las mismas y el año que viene, mientras en Madrid abordan algún tema con fundamento, aquí seguiremos hablando del Belén de la Colau.