Barcelona tiene fundamentalmente dos tipos ideales de hábitats urbanos: la ciudad ‘escaparate’ y la ciudad ‘aparte’. Entre los paradigmas del segundo tipo se encuentra el ecosistema socio-urbano de los barrios de la Marina, esos que durante la segunda mitad del siglo XX eran conocidos como la Zona Franca, relatados con detalle por el inolvidable Paco Candel en su obra de referencia: Los otros catalanes. Probablemente su cercanía al puerto y al polígono industrial y, sobre todo, su arrinconamiento respecto del resto de la ciudad pusieron su parte para que los barrios perdieran su identidad y fuesen empujados a compartir nomenclatura con lo que no es estrictamente la ciudad. Situado sobre y tras una de las laderas de la montaña de Montjuïc, el vasto territorio al este del delta del Llobregat era conocido como la Marina de Sants antes de la anexión al municipio de Barcelona. Hablamos de una llanura llena de campos de cultivo, una playa de más de 3 kilómetros con aeródromo e hipódromo, con numerosas masías y un paisaje bucólico que atraía el ocio de las clases pudientes durante la época de la revolución industrial barcelonesa.

El desarrollismo sin escrúpulos del franquismo de los años sesenta hizo desaparecer todo el litoral natural para instalar el polígono industrial y ampliar el puerto. La construcción de viviendas creció, en origen, al ritmo en el que los planes urbanísticos reubicaron los asentamientos de barracas que poblaban toda la periferia de la ciudad en bloques residenciales construidos apresuradamente en fases separadas. Además, allá se ubicó la fábrica de SEAT y todo un barrio (el de San Cristóbal) para sus trabajadores. De esta manera, la Marina hoy en día es un barrio de barrios levantados en diversos periodos para dar respuesta a las demandas de vivienda de personas trabajadoras mayoritariamente llegadas de otros puntos de la geografía española tras el éxodo campesino.

Durante tres años realicé una investigación de tipo etnográfico sobre su estructura socio-urbana. Me inserté en su red de entidades ciudadanas, trabajé con los centros educativos, con las iniciativas municipales en el territorio, con profesionales de servicios sociales, salud mental y proyectos sociales de todo tipo para evaluar el estado de la comunidad urbana de los barrios. Tras varias generaciones, podemos hacernos una idea exprés sobre las características peculiares que distinguen a la población de un trozo de la Barcelona popular que parece estar cada vez más en peligro en la ciudad escaparate pensada para el visitante.

La economía sumergida tiene una fuerte presencia como remedio a la falta de oportunidades laborales

La Marina congrega a más de 30.000 habitantes, con una pirámide de población donde destaca la presencia juvenil en comparación otros territorios de la ciudad, con una proporción de población extranjera bastante inferior que la media, niveles de estudio modestos y fundamentalmente compuesto por clases trabajadoras. Sus barrios apenas rondan la mitad de la renta media de la ciudad y concentran niveles de paro (sobre el 15%) que encabezan el ranking de Barcelona. A día de hoy, un residente en la barriada de Eduard Aunós tiene 8 veces más de probabilidad de estar en paro que uno de Sarrià. La economía sumergida tiene una fuerte presencia como remedio a la falta de oportunidades laborales. El tráfico de mercancías de todo tipo, incluidos los estupefacientes, la trata de blancas o el intercambio de armas están a la orden del día. En una espiral de exclusión, la Marina lleva desde tiempos de la mal llamada reconversión industrial española, durante los años 80, instalada en una situación de olvido político que la ha condenado durante décadas a ser un rincón al que la ciudad le da la espalda.

Desde el punto de vista de las infraestructuras y el espacio público, la Marina más que otro territorio se ha visto afectada por la ineficiencia administrativa, sintetizada muy bien en el fallido proyecto de la L9 y 10 del metro, un desastre político con pocos precedentes y que aún no tiene fecha de finalización. Además, nos encontramos un trazado urbano hecho a golpe de urbanización parcial, sin carriles bici, con calzadas anchas y aceras no tanto, excesos de tráfico concentrados en calles concretas, numerosos espacios públicos con apenas presencia humana debido a sus diseños llevados a cabo sin participación de la vecindad, etc. Faltan espacios comunitarios como canchas públicas, plazas acogedoras, casales para la juventud, polideportivos, espacios de cultura, etc.

La Marina es de esos barrios compuestos por una extensa proporción de población popular, arraigada a la ciudad, con una historia de lucha vecinal y trabajadora, de construcción colectiva de estructuras de apoyo mutuo que, en muchas ocasiones, fue referente para otros lugares. Pero en cambio, hoy en día, la hegemonía discursiva de buena parte de sus residentes, especialmente de los más jóvenes, es la de tratar de marchar de allí como rasgo de prosperidad. El olvido político de las instituciones, la clientelización de sus organizaciones ciudadanas tradicionales, la falta de cuidado y de inversiones públicas para aprovechar el potencial popular que allá aguarda, ha convertido el sudoeste de la ciudad en ese mundo aparte del que todos tendemos a renegar.

Quizás va siendo hora de recordarnos que Barcelona fue y sigue siendo una ciudad popular, aunque cada vez menos. Fue y sigue siendo ese lugar referente más allá del mediterráneo y del Ebro donde la gente humilde ha sido capaz en numerosas ocasiones de hacerse con las riendas de su destino, de desalojar el olvido y convertirse en vanguardia. La Marina, capital local de la ciudad aparte alberga una masa crítica de vecinas y vecinos que no se deben resignar a la subalternidad, que es capaz de empujar con su fuerza de voluntad a reorientar el interés hacia la vida natural más allá del postureo turístico en el que se ha envuelto la ciudad escaparate. Toca tomar partido, hablar claro, organizarse y agarrar bien el timón, marineras y marineros: Barcelona no son ni los hoteles, ni los monumentos, ni los grandes eventos, Barcelona es su gente.