Hay veces en que es necesario parar para hacer un balance de cómo van las cosas para poder redirigir el rumbo. La situación de Barcelona era preocupante antes de la pandemia pero, tras ella, han quedado todavía más al desnudo nuestras vergüenzas. Unas, consecuencia de la trágica crisis sanitaria, otras muchas, como producto de una recurrente mala gestión en el gobierno de la ciudad.

La okupación está disparada, sin control. Sin embargo, quienes nos gobiernan hacen verdaderos ejercicios de contorsionismo dialéctico para evitar condenar a quienes usurpan la propiedad de otros. Buscan expiar la culpa por su nula gestión dándole carta de naturaleza a la okupación. Prácticamente exculpando a los delincuentes que se dedican a entrar en nuestras casas o locales, convirtiendo así a la víctima en verdugo. Los robos con violencia a ancianos empiezan a ser el pan de cada día, y prácticamente todos nosotros conocemos a alguien a quien han atracado o ha presenciado un atraco en el último año. Hace un par de días, de hecho, ocho jóvenes atracaron a un buen amigo mío cuando volvía a su oficina, cerca del Putxet. Al ir a denunciar a comisaría le dijeron que en la misma zona, dos semanas antes había sucedido lo mismo.

Por otro lado, Cataluña sigue sumando positivos de Covid-19 a diario, pero nuestros autobuses siguen llenos de gente y muchos inundamos bares y terrazas como si nada pasara. Y para colmo, el independentismo se dedica a convocar manifestaciones masivas para la Diada de este año. Da igual que los Mossos hayan pedido que se eviten aglomeraciones. Lo importante es la independencia. Y si hay que vaciar Cataluña para inundar Barcelona de gente, se inunda, haya o no una crisis sanitaria. Todo sea por llegar a Ítaca.

En cuanto a la situación económica de la ciudad la cosa no mejora. El puerto pierde el 88% de los pasajeros por la crisis. La London School of Economics publica un informe explicando los motivos por los que se han arruinado las posibilidades de que Barcelona se transformara en la Milán española. Y nuestro consistorio sigue gobernando Barcelona desde el enfrentamiento con las empresas y la inversión. El centro de Barcelona, al haber perdido el turismo, se encuentra desierto desde hace meses. A modo de anécdota que revela muchas cosas de la forma que tiene nuestro gobierno de encarar algunos temas, encontramos a los famosos bicitaxis. Vehículos conducidos de forma ilegal en muchas ocasiones que tratan de conseguir clientes a golpe de claxon mientras vuelan por las aceras peatonales poniendo en peligro la seguridad vial. Además, suelen quedar impunes ante las normas viales. Poco importa que Jaume Collboni, anunciara que el consistorio iba a incrementar el control de los bicitaxis para "reducir drásticamente" la cifra de los que circulan por la ciudad. Se vetó su entrada al distrito de Ciutat Vella pero a pesar de las restricciones, el distrito sigue lleno de estos vehículos a pedales.

El problema es que, en Barcelona, todo vale. Es necesario que repensemos de una vez la ciudad. No puede ser que no se tomen medidas para mejorar la situación de inseguridad que vivimos y no puede ser que no haya a día de hoy un plan en marcha para repensar el centro de nuestra ciudad. Es imprescindible, tal como dice Barcelona Global, “re-economizar” el centro. Esta entidad presentó el pasado enero una propuesta para, a partir de la recuperación de una veintena de edificios en desuso, generar nueva actividad. Si esto era ya importante en enero, ahora lo es todavía más. Y es urgente.

Hay muchas voces de expertos que plantean modelos que deberían ser escuchados. Podemos tomar ejemplo de grandes ciudades que han sido capaces de cambiar su modelo económico. Que se han dado cuenta de los problemas de su frágil economía y han decidido apostar por otra forma de organizar la economía de su ciudad. Recuerdo una vez más el ejemplo de Tel-Aviv, sobre el que escribí en este medio hace algunos meses. Vale la pena mirar más allá para ver lo que verdaderamente funciona. Pero para hacerlo debemos hacer algo que para algunos es muy difícil. Tener el coraje para asumir el punto de partida. Debemos ser capaces de hacer una radiografía sincera para ver cómo está la ciudad. Y una vez asumido el desastre, debemos ponernos manos a la obra. El problema, como siempre, es que para algunos es más fácil pensar en cómo disimular la realidad que en cómo cambiarla.