Un importante economista escribió que hay dos tipos de personas que creen que es posible que algo crezca indefinidamente: los locos y los economistas, pero me temo que se quedó corto, porque los de mi profesión hemos conseguido contagiar a muchos otros. Valga esta introducción para responder al artículo de Xavier Marcé (Los cruceros no son el problema), ya que, como es habitual, utiliza como argumento de peso el hecho de que el turismo de cruceros deje en Barcelona 1.000 millones de euros al año y sostenga más de 10.000 puestos de trabajo. Se deduce que no hay que frenar su número, puesto que, cuantos más cruceristas vengan, más facturaremos y más puestos de trabajo se crearán. El problema con los locos, con los economistas y con Marcé es que, además de la facturación y de los puestos de trabajo, hay que considerar mil cosas más que englobamos con la amplia denominación de “sostenibilidad”.

Marcé empieza recordando que el acuerdo para trasladar los cruceros al muelle Adossat fue un buen acuerdo, y tiene toda la razón, porque los cruceros se alejan de la ciudad, lo que desincentiva el crucero de tránsito y reduce su impacto mediambiental. Marcé añade que los cruceristas no son tantos en relación con los visitantes, y que no todos forman parte de los rebaños que invaden la Rambla de forma masiva. De acuerdo, también.

Pero estos argumentos no justifican despreocuparse por este tipo de turismo o confiar que el sector se autorregule, como parece sugerir.

Insisto en el tema de la sostenibilidad, y por eso el grupo de ERC en el Ayuntamiento propuso que el gobierno municipal determinara la cantidad de turismo --en sus diferentes modalidades-- que la ciudad puede soportar. Marcé se ha comprometido a hacerlo, y mientras no lo haga tendremos que movernos a base de intuiciones, como hace él.

Marcé declara que “el crucerista no es una realidad unívoca”, pero las cifras anteriores las da para el conjunto, cuando el 47% de los cruceristas, que son los de tránsito, sólo aportan el 7% de aquellos 1.000 millones de euros. Es cierto que muchos cruceristas no se desplazan en grupo, pero los que lo hacen son todavía demasiados y son precisamente los cruceristas de tránsito. Debemos concluir que estos cruceristas no aportan casi nada a la ciudad, aparte de molestias.

Marcé reconoce que los cruceros presentan un problema de estacionalidad, pero no propone nada para solucionarlo, cuando la solución está clara. Entre mayo y octubre llegan a Barcelona entre 350.000 y 400.000 cruceristas al mes; en abril y noviembre 250.000 y el resto del año unos 100.000. Con este perfil es imposible crear puestos de trabajo profesionalizados. Por eso, lo razonable sería limitar la llegada de cruceristas a 250.000 (y a 10.000 al día para limitar las aglomeraciones). De esta manera, la temporada alta duraría ocho meses y se generaría una demanda insatisfecha que probablemente ayudaría a llenar los meses valle.

Porque el gran problema de nuestro turismo es la calidad de los muchos puestos de trabajo que genera. De hecho, que con una facturación de 1.000 millones se puedan generar 10.000 ya indica que su remuneración debe ser demasiado baja. ¿Desestacionalizar? Sin duda, pero el camino no es tratar de conseguir que todo el año funcione como la temporada alta, sino limitando la oferta. Lo mismo con los cruceros que con los hoteles, con los HUT y con las habitaciones turísticas. Sólo así podremos disfrutar de un turismo que cree puestos de trabajo profesionalizados, estables y bien remunerados.