Cada día tengo más claro que la mayoría de los ciudadanos, afortunadamente, ya no viven apegados a las idas y venidas de la política. Hace un tiempo, no demasiado, nos pasábamos horas y horas hablando de política. De hecho, amigos de otras partes de España, se sorprendían cuando venían a Barcelona y se daban cuenta de que muchas conversaciones acababan derivando demasiado a menudo a mini debates políticos que en muchos casos acababan en riña.

Que siempre ha habido temas recurrentes que acaban saliendo alrededor de una cerveza es evidente. Y el fútbol y la política suelen ser de los más manidos, pero en Cataluña en los últimos años este debate ha estado totalmente sobredimensionado llegando a generar cierto hartazgo colectivo.

Si nos paramos un segundo a ver los datos que manejamos vemos que la relación de la ciudadanía con la política tiene más de hastío que de otra cosa. De hecho, según estudios que ha realizado la Fundación Liderar con Sentido Común, presidida por mi buen amigo (y ahora co-autor del libro “¿Cómo sobrevivir al mundo que viene?”) Antonio Sola, los catalanes y los barceloneses estamos muy desapegados de nuestros políticos. Y eso es una mala noticia que se repite en diferentes localidades de nuestro país.

Cuando los ciudadanos pierden la confianza en sus políticos, se abre una brecha difícil de cerrar por la que se cuelan populismos de todo signo. Por eso empieza a ser urgente poner sentido común a nuestro entorno y volver a centrarnos en aquello de “las cosas del comer”.

Es cierto que a día de hoy todavía hay personas que se mueven por el eje ideológico o por el debate (ya caduco) de la independencia, pero parece que cada día encontramos a más gente que empieza a preguntar por las cosas que verdaderamente le tocan. Por aquellas que le condicionan la vida. Porque al final, esto de la política debería ir precisamente de eso. De tomar decisiones que mejoren la vida de los ciudadanos.

Y esto que parece tan fácil de decir, es a menudo difícil de hacer. En algunos casos porque el entorno te lleva a debatir sobre temas que no interesan a los ciudadanos, y en otros porque la el beneficio buscado no es inmediato.

Por ejemplo, en materia medioambiental. Estas semanas hemos podido seguir la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Pese a algunos que todavía niegan la necesidad de preservar el planeta (que afortunadamente son más bien pocos) existe un consenso generalizado sobre que es necesario tomar medidas para cuidar el medioambiente. De hecho, el consenso es tan general, que es difícil creer que haya nadie relevante a día de hoy plateando medidas de crecimiento que no tengan en cuenta el reto climático. Sin embargo, para muchos ciudadanos, aunque compartan la conclusión de que es necesario cuidar el planeta, no tienen tan claro cuál es el modo en que deberíamos hacerlo. Sobre todo porque hay medidas que les acaban afectando directamente, y una cosa es ceder en el plano teórico, y otra muy distinta ver afectaciones en tu vida personal. Por eso es tan importante hacer pedagogía sobre ciertas temáticas y pensar muy bien qué tipo de medidas se toman, cuál debe ser el calendario para hacer avances progresivos y en cuánto tiempo debemos llegar al objetivo marcado. Porque si los ciudadanos empiezan a percibir que se trabaja una buena idea de mala manera, por buena que sea la idea, perderá apoyo popular. Es decir, hay que explicar muy bien, y hay que aterrizar la propuesta todavía mejor. Solo de ese modo se conseguirán las complicidades imprescindibles para abordar grandes cambios.

Pero además, mientras caminamos juntos para conseguir los grandes retos, es imperativo ir solventando los inmediatos. Aquellos que afectan directamente al día a día de las personas que viven en las calles de nuestra ciudad. Problemas que poco o nada tienen que ver con la situación de según qué políticos. Problemas que poco o nada tienen que ver con que bandera ondee en el Palau de la Generalitat. Problemas que tienen que ver con la lucha contra el desempleo, con la lucha contra la inseguridad o la lucha por una sanidad pública eficiente. Todo lo demás es ruido que no ayuda en nada a quienes vivimos en Barcelona.

Y cuando en el pleno municipal, que se ocupa “de las cosas del comer” más que ninguna otra administración se cuela la obsesión nacionalista, todo deja de tener sentido. Afortunadamente en la ciudad gobierna una coalición que no quiere perder un segundo en estos temas. Sin embargo, tiene que trabajar con una oposición instalada en aquello del cuánto peor mejor. Una oposición que está abonando la idea de que en Barcelona “no se puede vivir”.

Afortunadamente el buen trabajo acaba saliendo a la luz, y los datos acaban respaldando a quienes hacen los deberes. No es casualidad que Barcelona haya recuperado el empleo perdido en la pandemia mucho más rápido que Madrid. No es casualidad que Barcelona lidere la recuperación económica de España. Pero desgraciadamente esto no abre portadas en los periódicos. Sigamos yendo a por “las cosas del comer”.