Una de las paradojas de cualquier encuesta en Barcelona, también como apéndice en Cataluña, es que ciertos partidos, tengan el candidato que tengan, sea incluso conocido o desconocido, tienen una tendencia al cero gracias a un cierto sentimiento de odio del ciudadano medio.

La última encuesta de nuestro medio confirma esa aseveración. Los candidatos Manuel Valls (Cs), y Josep Bou (PP), obtienen una calificación de 2,5 y 2,2 respectivamente. Si ambos hubieran ido con otras siglas ese valor sería superior. Al final, en la Barcelona del odio irreverente, dan igual las personas, sólo valen las siglas.

Cuando uno escarba las cifras puede observar que mientras el votante que podríamos denominar independentista envía al infierno a todo aquel que no comulga con sus ideas, fácilmente del 10 al 0, el votante constitucionalista intenta suavizar su respuesta. Y aunque no participe de las ideas de otros partidos juzga también a las personas. Eso que es una obviedad en el terreno también puede corregirse en las encuestas.

Cuando hay un odio tan manifiesto a ciertas tendencias políticas el encuestador debe cerrar más los percentiles del estudio, es decir descartar un porcentaje mayor de los extremos para poder dar una respuesta más acertada. Fíjense que decimos acertada y no correcta, porque lo correcto, aunque extrañe, es que hay una parte de la población que no ve a quien piensa diferente como personas sino como enemigos. Y eso no hay que corregirlo en la estadística sino en la política y en la calle.

Al final la triste realidad en Barcelona y Cataluña es que una parte de la población ha asumido el odio como una forma de vida. Todo aquello que no gira entorno a sus ideas políticas no sólo es rechazado sino, peor aún, ninguneado y segregado de su vida. El desprecio a pensar diferente se ha fomentado tanto desde el espacio público como mediático de la sociedad catalana. Qué tiempos aquellos donde la ultraderecha, para ellos, eran Ciudadanos y PP. Ahora con la irrupción de Vox el partido ha cambiado pero la sensación para la ciudadanía sobre la anterior pantalla apenas se ha modificado.

Y cuando una ciudad, sea Barcelona u otra, funciona en base del odio hay un problema, un grave problema. Manuel Valls o Josep Bou pueden ser personajes criticables. Es más deben ser criticados como cualquier otro candidato. Aunque construir en su entorno un mensaje de odio, como se ha creado por las fuerzas independentistas, es un ejercicio de supremacía, fascismo y anti democracia. Curiosamente tres palabras propias del siglo pasado. Algo que confirma el declive y la manifiesta escasa modernidad de la capital catalana. La Barcelona del odio actual es la Barcelona del pasado mental.

Por eso, añadamos más deberes a los candidatos. Desde ahora habrá que recuperar, en el próximo período, no sólo el lugar de la política sino también el lugar de la decencia política. Para convertir a Barcelona en un adalid de la democracia hay que simplemente empezar a respetar a todos, y a todas las ideas, con el mismo valor. Y eso que es algo fácil de decir es un milagro difícil de instaurar en nuestra ciudad.