No hace mucho que celebramos Sant Jordi. La ciudad, como de costumbre olía a rosas, sonaba un bullicio diferente y las aceras, hasta de lugares inesperados, se llenaron de paradas y libros. Es un día especial en Barcelona, todo el mundo lo sabe y poca gente no lo disfruta de una u otra manera, aunque sea laborable. Y entre los enclaves fundamentales del día, probablemente su lugar icónico, destaca La Rambla.

La Rambla de Barcelona no es solamente el punto más transitado y el escenario de los reportajes periodísticos que realizan las crónicas de la jornada de Sant Jordi. Es también el monumento por excelencia de la ciudad, el reclamo más repetido y el más referenciado por residentes y, sobre todo, por turistas. Hoy en día, el 60% de sus transeúntes habituales son turistas, un 20% trabajadores en tránsito y tan solo otro tanto 20% es vecindad de los barrios colindantes. De hecho, cuando analizamos los trayectos diarios, las personas que recorren La Rambla de arriba abajo y viceversa son turistas, mientras las vecinas y vecinos acostumbran a atravesarla perpendicularmente.

Probablemente el 23 de abril es el único día del año en el que lo que de verdad resulta extraño es cruzarse con turistas en este lugar y toda La Rambla es ocupada hegemónicamente por residentes. Entre parada y parada de libros, la gente acostumbra a encontrarse y saludarse, los políticos se entremezclan entre lectoras, escritoras, mimos y músicos. Las librerías se confunden entre asociaciones juveniles, culturales, religiosas o partidos. Sant Jordi nos permite cada año caer en la cuenta de una actualidad dramática: el símbolo de identidad popular barcelonesa por excelencia, aquel que tras seis siglos seguía siendo el punto de encuentro cultural de la ciudad, ya no nos pertenece, lo extrañamos y hasta lo evitamos.

Hace ya casi un año y medio, un 28 de enero de 2017, otro día se sumó al escueto calendario de ocupación vecinal de La Rambla de Barcelona. En una mañana relativamente fría de invierno, una plataforma inspirada en las metodologías del 15M consiguió juntar a entidades vecinales, sindicales, juveniles, asambleas de barrios y organizaciones a escala catalana para organizar una marcha sobre este emblema perdido y reivindicar un modelo alternativo a la Barcelona mercantilizada. Miles de manifestantes inundaron el espacio entre Canaletes y Santa Mònica y el mensaje de que Barcelona no está en venta resonó a escala internacional.

Hace tiempo ya que la gestión del turismo, la precariedad y los problemas de acceso a la vivienda figuran en los primeros puestos de las sucesivas encuestas ciudadanas municipales. Es un clamor que se extiende entre las conversaciones cotidianas en los barrios. La que fue en su día una de las ciudades industriales de referencia del Sur de Europa apostó por su tercialización. En menos de tres décadas, el trabajo industrial se redujo de cerca de un 50% de los puestos laborales del área metropolitana a poco más de un 5%. A su vez, los servicios se han convertido en el sector clave en la estructura económica de la ciudad. Al mismo tiempo, la contribución de las rentas del trabajo al PIB han sufrido una depresión constante en comparación a las rentas del capital y los salarios reales se han visto profundamente deteriorados. En los últimos años, las rentabilidades hosteleras han crecido más de un 10% mientras los salarios han decrecido. Las externalizaciones son constantes y los modelos de falsos autónomos abundan y se normalizan de forma grotesca.

Por un lado, la vida material de la vecindad barcelonesa se ha devaluado profundamente. Por otro, el acceso a la vivienda se ha convertido en una auténtica odisea, el modelo turístico descontrolado está resignificando y vaciando de residentes los espacios, el comercio vive un proceso de franquiciación acelerado y las capacidades laborales y de emprendeduría de los jóvenes se ven profundamente coartadas. Nos encontramos ante un escenario que requiere de la urgente intervención de una ciudadanía que se reapropie de su ciudad, que pare los pies a los procesos de especulación urbana que le está expulsando y que ponga en marcha un modelo sostenible que brinde oportunidades.

El próximo sábado 12 de mayo, esa misma plataforma que ocupó La Rambla el año pasado volverá a salir a la calle, esta vez desde la Plaça dels Cinc d’Oros para repetir el mismo mensaje: reocupemos nuestra ciudad. Solo la vecindad organizada tendrá la capacidad para decirle a buitres, inversores anónimos y políticos mercaderes que Barcelona no está en venta.