Barcelona no es Amsterdam. Parece una obviedad, pero vistas las declaraciones y actuaciones de los de Ada Colau parece que es necesario recordarlo.

Barcelona es una ciudad de altos y bajos. Es una ciudad de desnivel, de pendientes. Es una ciudad con tráfico (mucho tráfico), y que afortunadamente cuenta con un transporte público que envidian muchas ciudades europeas. ¿Nos gustaría que nuestra ciudad fuera tan plana como Ámsterdam? Puede que a algunos. ¿Facilitaría eso el uso de la bicicleta en la ciudad? Sin duda. Pero por más carriles bici y bloques de hormigón que pongan los comunes en nuestras calles no van a conseguir reducir las pendientes de la ciudad. Al final el éxito de un modelo urbanístico no se mide por el número de carriles bici con el que cuenta la ciudad.

De hecho muchos son inútiles. Basta con vivir en la zona norte de la ciudad para saber que lo de ir en bicicleta por Barcelona se acaba convirtiendo en una odisea en función de tu punto de partida. Si vives en Lesseps la bajada al centro la haces de maravilla, pero el camino de vuelta acaba siendo un auténtico ejercicio de musculación.

El problema en materia de urbanismo es sencillo. Los comunes no entienden la ciudad como lo que es, sino como lo que querrían que fuese. Y eso es muy peligroso. Cuando confundes tus deseos con la realidad cometes errores, y eso es lo que está pasando con el desarrollo urbanístico de nuestra ciudad. Eso y que además quienes toman las decisiones no escuchan a nadie. Ni a los ciudadanos ni a la oposición. Están tan enrocados en aquello de creerse depositarios de la verdad absoluta, que parecen incapaces de escuchar nada que ponga en jaque sus apriorismos. Se mueven en un sectarismo ideológico tal que no se dan cuenta del sinsentido al que están sometiendo a la ciudad.

Nos están dejando una Barcelona plagada de carriles bici que se usan poco, con una falta evidente de aparcamiento de moto y para colmo, una ciudad fea. Que puede parecer una reflexión tremendamente superficial, pero no lo es. Una ciudad que siempre se ha mostrado al mundo como una ciudad pionera en su diseño está ahora plagada de símbolos, bloques de hormigón y colores que nadie entiende y que dan una imagen muy desagradable de la ciudad.

Al final, tratar de imponer sin consensos un modelo urbanístico basado únicamente en lo que te gustaría que fuera tu ciudad sin analizar las verdaderas opciones y limitaciones de la misma te lleva a situaciones tan grotescas como las que estamos viviendo. Los comunes han perdido el norte (si es que alguna vez supieron donde estaba), y por eso ahora es más importante que nunca que traten de escuchar a la voz mayoritaria que, con independencia de lo que crea en otras materias, empieza a decir en bloque que todo esto del urbanismo táctico está siendo un despropósito.

Estoy convencido de que en cuanto a la idea de base somos muchos quienes estamos de acuerdo. Compartimos el objetivo de conseguir una ciudad menos contaminada, pero para conseguirlo hay diferentes vías. La disconformidad del PSC con este urbanismo ideológico empieza a ser un secreto a voces. A Barcelona hay que entenderla, y los comunes no la entienden. La utilizan como banco de pruebas, y los resultados de sus experimentos son siempre los mismos, problemas para la ciudadanía a la que pretenden beneficiar. 

Hay muchas maneras de facilitar un cambio en la ciudad, pero ese cambio debe ser gradual. Es necesario tener en cuenta las nuevas formas de movilidad que se van abriendo paso pese a los problemas que les pone Ada Colau y su equipo. Es necesario entender la orografía y plantear soluciones serias a la congestión que vive Barcelona, pero la solución no puede ser ahogarla todavía más haciendo que ir de un punto a otro de la ciudad sea o bien una especie de triatlón o una especie de infierno de vehículos mientras observas carriles cortados y pintados de colores por los que no pasa absolutamente nadie.

Barcelona no es Amsterdam, pero puede ser sin duda una ciudad más verde, más sostenible y más agradable de lo que es a día de hoy. Los grandes cambios no pueden hacerse de golpe, pero pueden hacerse de forma gradual si en lugar de utilizar la brocha gorda utilizamos bisturí. Y para hacerlo, simplemente, hay que conocer la ciudad y estar dispuesto a estrujarse un poco la cabeza prescindiendo de los prejuicios y agudizando el oído para escuchar a la ciudadanía que sufre los cambios que proyectan quienes gobiernan.