Buscar un sinónimo a la actual situación de Barcelona y, por ende, de muchos barceloneses es una operación casi quirúrgica. Hace tiempo que la busco y el otro día, creo, me ilumine. Por circunstancias de la vida tuve que desplazarme hasta el Paseo de la Zona Franca de la ciudad. Una vez acabada mi gestión allí, cogí el metro para volver a mi casa. La estación se llamaba Foneria, en la Línea 10.

El metro en esa parada es profundo y solitario. Escaleras mecánicas interminables, creo que conté más de 6 giros, y un descenso hasta lo más profundo de la ciudad. Allí llegó un metro vacío sin conductor. Sólo recordaba esa estampa en los 90 cuando viví en Londres, en los Docklands, y hace unos años en Dubai, en el metro ligero aéreo. Pensando que conozco mi ciudad, me avergüenzo no saber esa existencia.

Como estaba solo, pues qué menos que ponerme en el vidrio frontal del primer vagón para hacer un vídeo del trayecto. Lo pasé a diversos amigos y familiares de Barcelona. Ante mi sorpresa, nadie, y nadie es nadie, identificó esa línea como nuestra. Incluso alguno me preguntó extrañado en qué ciudad estaba. Me di cuenta entonces de que ni los barceloneses conocemos Barcelona. Una ciudad que atrae millones de visitantes y nuestra propia desidia la hace ser una desconocida.

A mí me gusta conocer Barcelona. Y he intentado en diversos períodos pasearme, incluso dormir en hoteles de barrios diferentes al mío, para intentar entender mejor la ciudad. Los que somos de l'Eixample baja nos cuesta entender una estructura urbana diferente a las manzanas y las calles anchas. Pero, por suerte, nuestra capital es algo más que nuestro barrio, nuestros comercios e incluso nuestros restaurantes. Es una ciudad que engloba muchas ciudades, algunas con más vida de la que pensamos.

El metro sin conductor que algunos descubrimos a miles de kilómetros está bajo nuestros pies. Seguramente a escasos metros de algún lector, y como mucho a unas paradas de otros. Y, la verdad, quizás es un buen punto para romper la desidia de los barceloneses por nuestra capital. Ya saben el primer paso para el respeto es el conocimiento, y a veces, cuando uno no conoce ni donde vive, difícilmente puede trasmitir una sensación.

 

Y quizás en esa desidia también han pintado algo los diversos equipos gestores de la ciudad, que muchas veces se han preocupado más para que los de fuera conozcan la ciudad a que que los propios barceloneses disfrutemos de algo más que un barrio o unas calles. Hablan de la ciudad como nichos individuales en vez de hablar de Barcelona como una gran capital tratada de forma uniforme. Es la gran diferencia entre pensar una ciudad o simplemente dirigir una ciudad. Mucho dirigente pero desde Pascual Maragall ni un alcalde pensante. Sabiendo eso, rompan su desidia, tiren de un billete de metro e inunden las redes con algo tan simple como los túneles de Barcelona. Recuerden eso no se ve en muchas ciudades. Y, por suerte, en la nuestra pueden hacerlo. Barcelona = desidia, nunca más.