Tocada y hundida. Ada Colau acumula fracaso tras fracaso. Nada, o muy poco, trascenderá de su obra de gobierno como alcaldesa de Barcelona. Desde hace meses solo gesticula para maquillar su nula gestión y su incapacidad para tejer nuevas alianzas. Tras romper con el PSC en la peor decisión estratégica de BComú, Colau necesitaba un golpe de efecto y reabrió la guerra del agua para contentar a sus bases más radicalizadas. Su obcecación, sin embargo, ha tenido un efecto bumerán. La oposición ha rechazado sus trasnochadas propuestas y también ha tumbado la unión del tranvía por la Diagonal. Un batacazo menor fue el principio del fin de Jordi Hereu en 2010.

Barcelona busca un nuevo alcalde. El efecto Colau se diluye día tras día. Su poder de seducción está bajo mínimos (siendo generosos) tras priorizar sus intereses ideológicos a las necesidades reales de los barceloneses. Hoy se construyen menos pisos sociales que con Trias y Hereu, y los desahucios se multiplican en una ciudad golpeada por la inestabilidad política y la fuga de muchas empresas. La pérdida de la EMA también penalizó al actual gobierno municipal, el mismo que ha cambiado su discurso desafiante contra el Mobile para evitar otro ridículo sonado. La restauración, el comercio, el turismo y otros sectores denuncian que la ciudad ha tocado fondo.

Colau, desesperada, imploró ayuda a ERC. Pidió la alcaldesa a Alfred Bosch que escuchara a los ciudadanos, los mismos que se desmarcaron de su campaña para remunicipalizar el agua y despotrican de la actual movilidad de la ciudad, hartos de tantos carriles bici sin ton ni son. Ella, que tanto presume de estar al lado del pueblo, sigue sin decir nada del derrumbe de 144 nichos en Montjuïc. Su desprecio a las familias es mayúsculo e indigna ha sido la gestión de Eloi Badia, tan combativo como concejal como pésimo estratega.

Las elecciones municipales ya han comenzado su cuenta atrás. Curiosamente, el rechazo a Colau, con mayor o menor intensidad, une a independentistas y constitucionalistas en un escenario tan confuso como fraccionado. El futuro es incierto, con muchas incógnitas por resolver. ¿Será ERC la formación más votada como auguran las primeras encuestas?, ¿Ciudadanos repetirá su victoria después de sus grandes resultados en las últimas elecciones autonómicas?, ¿el PSC rescatará parte del voto perdido de la izquierda más moderada?, ¿resistirá el PDeCAT?, ¿cómo resolverá Colau sus tensiones internas con Iniciativa y los malos resultados de su mandato?

El futuro de Barcelona está en juego. Sus habitantes deberán decidir qué modelo de ciudad quieren. Las cartas están marcadas y ya no vale ir de farol.