El clima nos está echando una mano a los barceloneses en estos tiempos del coronavirus: afortunadamente, hace unos días horribles, de esos que te levantas dispuesto a iniciar tu jornada, echas un vistazo al exterior y te vuelves a la piltra a seguir sobando un par de horitas más; si brillara un sol deslumbrante, nos sentiríamos mucho peor de lo que ya nos sentimos ante esta sucesión de días idénticos que pasamos a solas o con nuestros seres queridos (no se sabe lo que es peor, pues ya me constan casos de seres queridos que están dejando paulatinamente de serlo).

En esta situación, se entiende que la gente salga al balcón todo lo que pueda, aunque el tiempo no acompañe. Lamentablemente, hay personas que están abusando de su derecho al balcón y que, encima, se buscan una excusa solidaria para darles la tabarra a sus vecinos. No me refiero a los que salen a las ocho a aplaudir al personal sanatorio, que me parece un gesto bonito, ni tampoco a los que ponen a todo trapo Resistiré, himno oficioso del coronavirus, aunque creo que Heroes, de David Bowie, sería un tema más adecuado gracias a su perfecta y melodramática mezcla de épica y melancolía. Pienso más bien en los que aprovechan la situación para exhibirse y hacerse con un público cautivo, a los que pronto habrá que poner en su sitio desde helicópteros con francotiradores que les amenacen con disparar si no entran en casa y cierran ipso facto el balcón por dentro. Me refiero a los que se ponen a cantar opera en el balcón, a los que ejercen de DJ sin que nadie se lo haya pedido, a todos esos ciudadanos que, aparentando ofrecer un poco de entretenimiento a sus confinados vecinos, se convierten en un elemento más de la pesadilla generalizada.

Yo en mi barrio he tenido suerte. Salvo el aplauso de las ocho, la gente se comporta. Mis vecinos y yo escuchamos música en casa y no situamos los bafles apuntando al exterior. Pero otros no son tan afortunados: una amiga mía tiene que pechar con cantantes de diversos estilos y con un vecino que pone a todo trapo Els segadors (los procesistas son monotemáticos y su manía no remite ni con la peste bubónica). No creo que tarden mucho en aparecer aspirantes a humorista de club nocturno, cuadros flamencos (en los balcones grandes), grupos reducidos de castellers y majaretas con megáfono tratando de introducir en el confinamiento un poco de lo que ellos consideran un poco de necesaria reflexión política. Ya tardamos en alumbrar el potente eslogan Els balcons seran sempre nostres, por cierto.

Creo, modestamente, que deberíamos dejar los balcones para que se aireen un poco los niños y para echar un pitillito de vez en cuando: si no eres un tarugo, tu hogar te ofrece entretenimiento a granel entre libros, discos, canales de televisión y plataformas de streaming. Otra cosa es que tu ego maltrecho, pisoteado a diario por una sociedad hostil que se resiste a reconocer tu inmenso talento, salga al balcón a dar la chapa con una excusa humanista y solidaria. Caso de que lo hagas, es mi deber informarte de que abusar de un público cautivo guarda más relación con la tortura psicológica que con el humanismo.