Hace ya algunos años, nuestro compañero de El Periódico, Lluís Mauri, publicó un artículo en el entonces su diario, El País, titulado Bachelona. Lo hacía en referencia al estado del asfalto en multitud de calles de la ciudad. Llenas de baches que hacían de la conducción un infierno. El artículo provocó una polémica política y obligó al consistorio socialista a ponerse las pilas para hacer más amable el tráfico en la ciudad.

En estos últimos cuatro años, además de construir carriles bici -que no está mal, aunque algunos tienen un sentido más bien extraño porque tienen una longitud de una manzana de casas- el Ayuntamiento no ha velado por el buen estado del pavimento rodado, aunque tampoco es que se haya esmerado en exceso en las aceras. Está bien que se trabaje en mejorar la calidad del aire, reduciendo la presencia del coche -aunque no parece que esto baste para evitar los atascos matutinos y vespertinos en la ciudad- en las calles barcelonesas, pero estaría bien ver que en algunas zonas, muchas, y tramos, bastantes, el estado del pavimento es manifiestamente mejorable. Y si pasamos por zona de obras ya no les cuento.

La situación se hace insostenible, sobre todo, en los barrios más alejados del centro. Los agujeros campan por doquier y no parece que nadie en el consistorio se encargue de echarles un ojo, o mejor dicho, un poco de asfalto aunque el parche no sea la mejor solución. Tener una ciudad impoluta al 100% es casi un imposible, pero tenerla en estado lamentable tampoco es lo mejor. La verdad es que políticamente luce poco tapar baches, hacer remiendos o poner en orden las prioridades menores de la ciudad. Es más “guay” pedir la supresión del Puente Aéreo, debatir sobre el tranvía, eliminar aparcamientos, hacer superillas o hacer rutas para bicicletas. Todo ello necesario -bueno lo del Puente Aéreo fue una ocurrencia demagoga- pero sin olvidar lo cotidiano. Barcelona debe hacer olvidar Bachelona, y el Ayuntamiento debe encargarse sin más demora.