Los periodistas saben el problema que representa una información que no es de fiar. No sólo arruina esa misma información sino que socava la credibilidad de quien la firma y, a veces, arrastra la del medio en el que se publica. En Barcelona hay no pocos medios subvencionados, casi todos con la excusa de que se hacen en catalán, pero que en realidad son la voz de quien les paga, preferentemente con dinero público, con credibilidad bajo mínimos. TV3 a la cabeza. Pero no sólo los medios dan información interesante para el ciudadano. Una de las de más utilidad para los barceloneses es la del transporte público, en especial la del metro y la del autobús. Y resulta que es bastante deficitaria lo que, a la postre, la hace inútil.

En muchas paradas de autobús, no en todas, hay paneles que indican cuándo va a pasar el siguiente servicio. Es muy frecuente que esas pantallas no funcionen, pero es mucho más frecuente que den mal la información y señalen que faltan dos minutos para el paso de un autobús que acaba de arrancar. Tampoco es extraño que anuncien el paso de un vehículo dentro de varios minutos al mismo tiempo que está llegando o ya en la parada. De todas las malas informaciones, claro, la peor es anunciar una llegada en breve que no se va a producir, porque el usuario confía en eso cuando, de estar bien informado y saber que, pongamos por caso, la espera va a ser superior a 10 minutos, quizás optaría por otro tipo de transporte o incluso iría a pie, en una ciudad donde las distancias al centro son, en general, cortas.

No es mucho mejor la información de las pantallas situadas en el interior de los autobuses. Algunas ofrecen un plano de la línea con indicación precisa de las paradas siguientes, pero otras dan apenas el nombre de la próxima y, además, de pronto esa información desaparece para pedir un silencio que la mayoría no respeta o recordar que hay que llevar la mascarilla puesta o anunciar otros asuntos imprecisos.

En el metro, durante el periodo en que la responsable de TMB fue Rosa Alarcón, se decidió dar información sobre la llegada del primer convoy y también del siguiente en los paneles situados en los andenes. Un dato de utilidad para mucha gente que puede así decidir si a la vista de que el primero de los trenes va muy cargado espera o no al siguiente. En cambio, la información de las pantallas situadas en el interior de los trenes es lamentable. Poca y mala, cuando no se utiliza para una publicidad que ni siquiera es siempre de pago. Añádase a ello que muchas de las luces que indican las estaciones de la línea están fundidas, de modo que resultan perfectamente inútiles. Es cierto que el usuario habitual del metro conoce los trayectos, pero la información sobre líneas y estaciones es de gran utilidad para los visitantes de la ciudad y debería estar más cuidada.

Queda, además, un asunto que debe de ser muy difícil de solucionar porque lleva años igual. En casi todas las estaciones de metro hay un panel informativo que el usuario puede ver antes de introducir la tarjeta y pasar la barrera (los que pagan). Un panel que se utiliza para las cosas más peregrinas como desear feliz navidad o similares. No se da información, en cambio, ni del tiempo de espera para la llegada del próximo servicio ni, en general, de si hay interrupciones en las líneas. Una información que sería de gran utilidad para que los usuarios decidieran si cruzan la barrera o buscan un transporte alternativo.

Durante los primeros meses de la pandemia la empresa hubiera podido aprovechar para solucionar algunos de estos problemas porque, se mire por donde se mire, dar información falsa es un problema para el ciudadano. También ahora, cuando el cierre nocturno de los fines de semana ofrece más horas de mantenimiento.

Hace unos años, un dirigente de TMB se quejaba de que los barceloneses son muy finos porque se quejan de que los luminosos que indican la próxima llegada de un metro cambian con frecuencia, casi siempre para añadir más tiempo de espera. La solución que se le ocurrió era simple: “Si en vez de dar la información en segundos se redondeara en minutos como, por ejemplo, en Londres, habría menos cambios y menos quejas”. Es decir, proponía enmascarar la información de forma que los errores fueran menos reconocibles. Proponía no mentir, pero no decir toda la verdad y creía que con eso quedaba a salvo el prestigio de la empresa. Tal vez sea, de todos modos, cierto. El prestigio de la empresa no debería verse menoscabado por la falta de capacidad de unos directivos que, quizás no sea casualidad, tienen unos excelentes planes de pensión.